José Luis Serna, profesor de danza y artística, ha llevado el baile folclórico colombiano a varias regiones del país buscando revivir ese sentimiento de amor por lo propio. Aunque ha recibido algunas respuestas negativas por parte de sus alumnos, confía en que con el tiempo se le coja amor a estos maravillosos géneros.
Por Yessica Serna
Me citó en la casa de su madre y llegamos casi al mismo tiempo. Cuando lo vi me sonrió. Tenía una camisa manga larga blanca, un medallón con la foto de su difunta esposa, un pantalón beige y tenis café. “Buenos días, siga”. Me abrió la puerta y lo primero que vi fue una repisa llena de porcelanas, en lo alto una imagen de la Virgen María Auxiliadora con unas cuantas velas alrededor y al lado unos muebles color vino tinto.
Entramos en un cuarto y dijo: “Le presento a mi familia”. Se encontraban sus padres, Alice Hurtado y Pedro Nel Serna, y dos primas. Luego caminamos por un pasillo cuyas paredes tenían retratos de familiares, pasamos por un enorme patio con diversos tipos de plantas y llegamos a un comedor. Allí nos sentamos y en presencia de dos bailarinas japonesas puestas como centro de mesa comenzamos la entrevista que duró aproximadamente 30 minutos.
José Luis Serna es un amante de la danza folclórica colombiana y del arte, tiene 45 años, vive en Belén San Bernardo con sus dos hijos, Juan José y Juanita, y actualmente es profesor de Educación Artística en la Institución Educativa Barrio Santa Margarita, al suroccidente de Medellín. Está en el mundo de la danza hace 37 años.
Todo comenzó cuando su hermano Edwin Adolfo y un amigo, Rodrigo Cardona, formaron un grupo de danzas Arawak que venía del maestro Pedro Nel. Este último había tenido mucho éxito en la ciudad y terminó con grupos de danzas latinas. Era todo un personaje que difundía el folclor, reunió a personas de la cuadra donde vivía José Luis en ese entonces, eran 7 primos y 10 o 12 personas más y empezaron a formar “el grupito de danzas Arawak”. De este modo le fue cogiendo amor a la danza.
En ese momento su padre interrumpe: “¿Desean tomar algo?” Respondí que un vaso de agua y como era de esperarse el profesor Serna pidió un tinto. Al ver a su padre recordó que él no quería que estudiara danzas, pero José Luis lo único que quería era bailar, y buscando y averiguando escuchó de la Escuela Popular de Arte (EPA): “Esto es lo que yo quiero”.
Cuando llegó a la EPA vio que había un programa de ocho semestres y pensó: “Está bueno”. Ahí se dio cuenta que era un lugar acorde a lo que quería y entonces se matriculó.
Luego estudió Educación Física en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid y después formación estética en la UPB. Este último era un programa nuevo que buscaba formalizar lo que ellos hacían en la EPA, que era una carrera media técnica. En la UPB hicieron la parte pedagógica acerca de cómo enseñarla.
Cuando su hermano Edwin salió del colegio, Serna se convirtió en el profesor del grupo Arawak, que en ese entonces ya era el grupo de danza del Liceo Benjamín Herrera, donde él cursaba sus estudios.
Estando en la EPA salieron dos grupos de los cuales hizo parte: Hojarasca y Guayaquil. De todas las instituciones a las que perteneció con la que más se identifica es con la EPA porque en las otras le han dado muchas herramientas profesionales, pero se desenvuelve es en ese lado artístico con el que se convive en la Escuela Popular de Arte.
Don Pedro Nel llegó con el tinto y el vaso de agua. Muy amablemente los puso sobre la mesa y se retiró, al tiempo que José Luis daba un sorbo a la pequeña tasa, frunció el ceño y le dio un soplo.
Continuó diciendo que en la sociedad de hoy la danza y el arte son simples diversiones o apenas recuerdo. Actualmente se encuentra muy demeritado el folclor colombiano, sabiendo que es muy importante. El lema y el legado de la agrupación Hojarasca es: “Un pueblo que no exalte su valor y su historia es un pueblo llamado a desaparecer”.
Según Serna, hoy a la gente le importa más el reggaetón y los bailes de moda que los folclóricos. “Si uno se va para Brasil, por ejemplo, allá lo primero que le enseñan a los niños es a bailar zamba, que es el baile típico de allá. En los llanos lo primero que le enseñan al niños son los joropos, baile folclórico de allá”. Sin embargo, a Medellín viene mucha información extranjera que hace a un lado lo propio, es decir, la parte folclórica.
José Luis fundó la agrupación Llamadores en compañía de un amigo. Ya lleva 10 años, es un grupo de baile folclórico colombiano que empezó con estudiantes del colegio Luis López de Mesa donde trabaja su compañero. Él lo llamó para que lo acompañara en la parte folclórica y entonces ya tienen un grupo de niños, jóvenes y egresados de la institución.
No han salido internacionalmente porque hay, según él, poco apoyo. “Casi siempre salen los dos o tres grupos que manejan la parte política”. Pero gracias a Dios y a la danza ha conocido muchos lugares de Colombia como La Guajira, Valledupar, Santa Marta, Barranquilla, Cartagena, Bogotá, Boyacá, Aguadas, Manizales y Armero (luego de que ocurrió el desastre). Y ha estado en muchos lugares de Antioquia.
Cuando ocurrió la avalancha de Armero los invitaron a hacer un trabajo social, para que por medio del folclor los jóvenes vieran otro estilo de vida, otra forma de vivir. Para los armeritas fue una excelente experiencia porque entre todo lo malo alguien les presentaba algo bueno. Fue una manera de distraerse un poco tras la tragedia de 1985.
Hay algunos lugares en los que todavía se mantiene vivo el folclor, como en los festivales de Neiva, los Llanos o Cali: “Hay un señor llamado Alberto Londoño, que también quiere que el folclor colombiano permanezca en Medellín con el programa Danza Colombia”.
“En este momento los bailes incitan más que todo a la parte sexual porque solo realizan movimiento de cadera y no más. Son cuerpos muertos porque no gesticulan, no hacen nada, son pasajeros”.
“Lo especial de los bailes folclóricos es que vienen de generación en generación, no son de los viejitos, como dicen muchos, sino que es una expresión viva de la comunidad porque es lo que se ve en el cotidiano de las personas, es lo que se ve en la parte esencial del hombre y de la mujer”.
Descruzó las manos y con buen acento paisa dijo: “Vea, el baile es muy importante porque lleva a la persona a interactuar con el otro, a darse cuenta de las potencialidades y problemáticas de cada uno. Y lo más importante es que lleva al desarrollo neuromuscular, lo que hace que la persona esté feliz y saludable. Mediante el baile nos comunicamos con los otros, con un objetivo común que es disfrutarlo”.
Bajó la mirada y expresó su decepción porque a los jóvenes les importa más lo extranjero que lo de sus propias regiones.Tan pronto sentí la tristeza con la que dijo esta frase, le pregunté:
- ¿Y no cree que eso hace parte de la globalización?
Me respondió: “¡Claro! El problema es que el consumismo que trae consigo esa globalización hace que los jóvenes olviden su entorno, su medio. A los pelaos les traen cosas de afuera porque se venden más, entonces el producto interno se va para otras partes y nosotros nos llenamos de otra cantidad de cosas que no reflejan nada de lo que somos”.
“Desde pequeños estamos tratando de negar lo nuestro para conseguir lo extranjero. Por ejemplo, un muchacho cuando va a comprar tenis en lo primero que se fija es en que sean de otro país: no importa la calidad, lo único que les importa es que sean de otra parte. Lo que exhiben son las cosas extranjeras y lo de acá no. Hay una falta de amor grandísima por el país, sabiendo que sus ritmos, su materia prima, sus textiles son de la mejor calidad. Lo mismo pasa con el folclor: pa´l pelao es más fácil bailar un reggaetón que una cumbia porque la cumbia necesita una serie de pasos, un contexto definido, en cambio el reggaetón sólo necesita una pared, una pareja y ya”.
Con cierto tono de indignación dijo que para los colegios es más importante las matemáticas, el inglés y las ciencias, que las artes. Estas últimas siempre se ven relegadas. Algo extrañada, pues nunca había escuchado de un sistema diferente al que el profesor mencionaba, le pregunté:
- ¿Y por qué no debería ser así?
Me miró y con entusiasmo dijo: “Vea… Si a un niño desde pequeño se le enseñan las artes, más fácil va a coger las otras materias. Las artes y la educación física deberían ser el eje central de toda sociedad. Un filósofo decía que “en mente sana, cuerpo sano”. Por eso es que hoy no podemos decir que los niños tienen mente sana y es porque sus cuerpos no son sanos”.
Se acomodó en la silla y tras otro sorbo de tinto continuó: “Antes los más grandes deportistas salían de las universidades, ahora no; ahora tenemos muchos deportistas que son grandes por momentos, pero que son desafortunadamente brutos: tenemos a un Tino Asprilla y a un René Higuita que no supieron qué hacer con la plata. Mire, grandes futbolistas pero como no tuvieron esa formación académica… ¡pues las cosas no les salen bien!”
Mira hacia el patio y se mete las manos en los bolsillos. Me miró e hizo un gesto de indignación: “Para mí la falla está en el sistema educativo porque, por ejemplo, con esos decretos de que no puede perder si no un 5% o un 10% de la población estudiantil, entonces ¿qué hacemos los profesores? No pasan los mejores sino los menos brutos. Y ¡no! No pasan los menos brutos sino a los que la suerte los deja pasar”.
“Al sistema no le interesa que el muchacho reaccione o que se enfrenten a un gobierno. Por eso es que a los alumnos desde preescolar les están dando de todo, no tienen que pagar un solo peso, tienen restaurante, almuerzo, vaso de leche, pero no les exigen nada a cambio. Están creando una sociedad ignorante, consumista, facilista, no quieren que la gente progrese, que piense más allá de las cosas porque así es más fácil manejarla”.
“Sin embargo, sabe…”, se toma un momento y sonríe: “Todo esto vale la pena porque para mí no hay nada más gratificante que cuando un niño al terminar una clase me dice ‘gracias profesor porque pasamos muy bueno’. Con eso llena uno muchos vacíos de la profesión que la sociedad no entiende”.
En ese momento miró hacia la puerta e hice lo mismo. Entró una señora de más o menos 60 años, un sacerdote y un seminarista. Este último llevaba en sus manos una pequeña caja plateada. Nos miraron y dijeron: “¡Buen día!”
Serna me miró: “Es que mi mamá sufrió un accidente hace como 12 años y no puede caminar, por eso vienen a darle la comunión”. Nos paramos y de nuevo entramos en el cuarto de ella. Sobre el televisor había una muñeca con traje típico español y pose de bailarina de flamenco. Hicimos una breve oración, luego los tres se despidieron con un “Dios los bendiga, hasta luego”. Volvimos y se disculpó por la interrupción.
José Luis toca instrumentos de percusión folclórica y cree firmemente en que con la música y las artes se aporta al cambio de esta sociedad.
“En este momento doy clases de artística y doy un período de folclor colombiano que yo promoví. La reacción de los muchachos fue muy violenta al principio: ‘¡Ay no, vamos a bailar reggaetón!” Entonces les propuse un convenio: ‘Les pongo su música, pero ellos también deben bailar danza folclórica: ¡y lo hacen!. Yo les enseño los pasos del folclor y en la parte del reggaetón y del popular los dejo que experimenten. Con ese convenio todos quedamos contentos. La respuesta al principio siempre ha sido un “yo no quiero”, pero cuando empiezan a moverse ven que sí pueden y empiezan a valorar este género y a pedirlo más”.
Levantó la mano hacia la puerta y se despidió de una de sus primas, la cual dijo: “Negro, mañana hablamos entonces, hasta luego”. Subió las mangas de su camisa y acercándose un poco dijo: “Es impresionante, los muchachos empiezan a querer tanto el folclor que por ejemplo el grupo Llamadores fue pedido por ellos mismos, los egresados que querían seguir bailando y aportando”.
“Al gremio educativo no lo están tratando como se debe. Nosotros decimos: si este gremio es el que está criando la futura sociedad es al que más se le debería prestar atención. Infortunadamente es todo lo contrario; es más, puede ganar más dinero un taxista que un profesor, sabiendo que en sus manos está el futuro de Colombia. Los docentes que estamos es porque creemos en que podemos lograr un país mejor y que estos niños pueden cambiar el país”.
“Uno no sabe si es intencional o no, pero a veces pensamos que sí porque cuando recortan presupuestos a lo primero que le quitan es al arte y al deporte. Más armas, más apoyo a tercera edad, que no digo que es malo, pero si se invierte en niños y jóvenes podemos crear personas de bien que enaltezcan la nación”.
Enderezando un poco las japonesas del centro de mesa, dijo: “Transmitir conocimiento no tiene precio porque eso se vive, se siente. Uno lo que transmite es información. Con la vivencia del docente y los alumnos se crea el conocimiento. Eso es lo que hace el folclor mantenerse desde hace 200, 300 años”.
Su padre pidió permiso para retirar los vasos. Serna relaciona sus tres carreras porque están enfocadas al ser humano: la educación física y la danza folclórica se trabajan con la mente y el cuerpo, y la estética es ver lo bello que tiene este mundo. La belleza es muy relativa, pero la idea es entenderla.
“De eso se trata la vida, de retos, Ojalá que cuando el país se dé cuenta de lo importantes que son los centros artísticos, las escuelas y los deportes, no sea demasiado tarde. Por mi parte voy a seguir trabajando con los grupos Llamadores y Hojarasca para seguir mostrando esa alegría, esa belleza y tradición que trae consigo la danza folclórica colombiana”.
Le di las gracias y me despedí de su familia. Me interrumpió para recordarme que “no hay gente negada para el baile: hay gente negada para sí misma que cree que no es capaz. Pero así no tengan pies todos pueden bailar porque el baile es espíritu y el espíritu es alma ¡Si tiene ritmo la naturaleza no lo va a tener una persona que al menos está viva y consciente!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario