Por Melissa Henao Castillo
Los días en su vida son calculadamente rutinarios y normales. Con indiferencia, y como un acto más de costumbre que de interés, lee la prensa en medio del agite céntrico de Medellín. Desde su jubilación no hay otro espacio posible para pasar la monotonía de sus días, por eso es casi que obligación sentirse cómodo en el lugar que él mismo se otorgó.
Poco o nada le importa el bullicio de los transeúntes y desconectarse del mundo mientras se sumerge en las noticias es una tarea fácil de hacer, aún más que ignorar el trajín que genera sentarse cerca de la iglesia de La Veracruz y sus particulares residentes y visitantes, y los gritos desmesurados de vendedores ambulantes que se alían con las bocinas de carros para dejar en el olvido la palabra ‘tranquilidad’.
Pensionado y plácido se la pasa allí no sólo él sino también muchas personas mayores que desplazan la cotidianidad a las calles del centro de la ciudad, aguardando en ellas una esperanza que se convierta en razón para vivir.
Estar en compañía de nadie mientras lee el periódico lo prepara para la discusión matutina con sus amigos y es más confortable hacerlo en la deteriorada madera de las bancas del pasaje Carabobo que en la sala de su casa donde después de tanto tiempo se siente ajeno.
Debatir el tema de actualidad, arreglar la economía colombiana, alardear de sus nietos o simplemente compartir un café con sus compañeros de situación es la excusa perfecta para sentirse vivos en la sociedad, esa misma que los ha relegado al pasado y los reduce a las calles y parques de Medellín.
¡Menos mal que para ellos es mejor vivir… en la comodidad del Centro!
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