Desde niño, Felipe Gil Zuluaga empezó a cantar. |
Por Valentina Zuluaga López
En un espacio amplio dividido por dos columnas que sirven de guía para su dueño, con muebles viejos, estaba sentado en un sofá un joven delgado, estatura media, cabello de color negro, facciones bruscas y una gran sonrisa. Un hombre simpático, animado, alegre, sociable y creyente.
Felipe Gil Zuluaga tiene 24 años, está en el séptimo semestre de psicología en la Fundación Universitaria Luis Amigó. “Soy invidente de nacimiento, la causa fue porque a mi mamá le dio rubeola interna en el embarazo, entonces los médicos le diagnosticaron que yo iba a ser invidente”, señaló.
“De preescolar a segundo de primaria estudié en una escuela de ciegos y sordos que se llama Cierzo, ubicada en Aranjuez, allá me enseñaron a escribir y a leer por un sistema que es con puntos. Cada cuadro tiene seis y las letras tienen distintos puntos, por ejemplo: la A es un punto, la B tiene dos puntos en forma vertical, la C dos puntos en forma horizontal”.
¿Cómo interactuar con el mundo en aspectos tan cotidianos como la escritura?
“Fue difícil aprender porque uno escribe en una pizarra con un punzón, escribe de derecha a izquierda, voltea la hoja y lee de izquierda a derecha, tocando las letras”.
“En tercero de primaria me metieron en una escuela que se llama Pichincha, yo ya era el único invidente, ahí se comenzaron a adaptar a mí y yo a ellos. Me hacían los exámenes orales. Me enseñaron a usar la máquina de escribir para llevar los trabajos escritos”.
“Estudié bachillerato en el Instituto Colombo Venezolano, luego comencé a manejar el computador con un programa donde hablan y me dicen todo. Es un lector de pantalla, no necesito mouse; cuando escribo me van leyendo y entonces me doy cuenta cuándo me equivoco”.
¿En algún momento ha querido ver?
“Muchas veces me han brindado posibilidades para volver a ver y la verdad yo no quiero porque yo ya tengo mi mundo estructurado, volver a ver es como volver a nacer”.
En ese momento tanto él como yo nos pusimos muy sentimentales y hubo un largo instante de silencio. Después me contó la siguiente anécdota: “Yo asistí a un retiro espiritual y le dije a Dios que nunca volvería a ver, pero en ese momento sentí un dolor en el ojo izquierdo y vi pasar una silueta. Siento que fue como una enseñanza que Dios me quiso decir”.
¿Qué habilidades tiene?
“Toco ocho instrumentos: teclado electrónico, guitarra manual, guitarra eléctrica, tiple, cuatro llanero, flauta, acordeón y violín”.
“Aprendí a tocarlos todos a oído. Las canciones me las aprendo escuchándolas, sé cuáles son las notas, entonces es sólo aprenderme las letras. Yo amenizo alrededor de 700 canciones de todos los géneros. La música que más me gusta y disfruto cantando son los vallenatos, en especial las canciones de Diomedes Díaz”.
“Mi papá era músico y me cuenta que desde que yo nací quería meterme con todo eso de la música. Lo primero que me enseñó a tocar fue la organeta. Un día me sentó al frente de una y me puso a tocar la canción de los pollitos y la aprendí ahí mismo, al momento la podía tocar solo sin ayuda de él ni de nadie. Con esto mi papá vio que tenía la música en mi sangre y servía para esto. Así fue como me inicié en la música”.
“También declamo poesías e improviso trovas. Para mí la música, la poesía y la trova permiten reflejar nuestra propia personalidad y cosas que tal vez uno no puede decir. Cuando yo improviso trovas lo que me inspira es el momento y la mujer”.
Felipe me quiso compartir un poema de amor. “Si mi corazón fuera pluma y mi alma fuera un tintero, con la sangre de mis venas escribiría lo mucho que te quiero”.
Y añade: “Aparte de esto también amenizo fiestas. En el Country Club soy solista y me defiendo muy bien porque mi organeta es muy sofisticada y ella misma me hace los coros y efectos que necesito. Yo no tengo contratos, lo que hago es que reparto tarjetas y me llaman. Cobro 50 mil por la hora”.
¿Cómo hace para aprender todo esto?
“Tengo muy buena memoria y bastante concentración por eso sé todas las notas de cada instrumento”.
¿Cuál es su proyecto de vida?
“Seguir con la música porque es un vínculo muy estrecho para interactuar en sociedad”.
“Me gustaría más adelante tocar la batería porque a me encanta toda la música así, rock, metálica y la cristiana, porque son géneros que usan mucho la batería”.
“Además soy compositor de música clásica, o sea de orquesta sin letra, sólo melodía; tengo alrededor de 18 canciones compuestas. El género más difícil para componer es el reggaetón porque tiene 16 versos, no se puede empezar con el verbo”.
Felipe añadió: “Para componer canciones lo más fácil es en la organeta, yo empiezo a improvisar, hundir teclas y va saliendo como una melodía”.
¿Qué hace en sus tiempos libres?
“Ensayo para no olvidar ni dejar a un lado mi pasión y perfeccionarme más y, obvio, actualizarme, aprenderme canciones nuevas, porque eso es lo que al público le gusta”.
En un momento de alegría y de mucha confianza le pedí a Felipe de que me improvisara una trova. Se le ocurrió ésta: “Yo le ayudo a Valentina/ y no la tomo del pelo/ estamos hoy trabajando/ en la casa de mi abuelo”.
También me cantó una canción de vallenato en la que una de sus frases dice así: “Voy a poner una tiendecita para beber cerveza para yo tomarme una de vez en cuando”. La canción se llama “Los recuerdos de ella”.
Al terminar de cantar, le hice la última pregunta.
¿Por qué será que toda la gente canta con el mismo acento del cantante, por ejemplo los costeños o puertorriqueños?
Felipe se quedó callado y al momento me dijo. “Eso es como algo contagioso, pero, la verdad lo principal es que si uno canta con el acento diferente al cantante se pierde el sentido o la gracia de la canción”.
“La mejor estrategia para poder afinarse y coger el ritmo de las canciones es cantar al tono del cantante o tratar de imitarlo”.
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