martes, 3 de mayo de 2011

El payaso Trampolín en este circo que es Medellín


Si ve un rostro pintado de alegría, una sonrisa andante con overol corto verde encendido y un pañuelo rojo pasión que le aprieta el cuello y le sostiene el camisón, no lo dude, es Trampolín, un payaso de profesión, de tradición y corazón. Y si no lo ve, no lo dude, usted tiene problemas de visión.


Por Marcela Gutiérrez Ardila

Tiene la cara rosada y la nariz de color rojo, arrugas que le hacen la vida difícil al maquillaje con el que suele descrestar, sombrero negro que ha perdido textura con el polvo y el sudor, y zapatos que no son de payaso sino de vendedor, de rebuscador de la vida con el sueldo puesto en dulces multicolor.

Y sí que sabe combinar colores, quien lo diría de un payaso: las medias le combinan con el amarillo del camisón y la piel trigueña con sus ojos cafés profundos con los que refleja la emoción. Es un vacilador natural, además de ser payaso, papá y pobre en estatus, pero digno y honrado en su profesión.

Son casi las tres de la tarde, los algodones de azúcar blancos al parecer se quieren derretir así que alisto mi paraguas no sea que vaya a tener problemas con las hormigas después. Camino por la antigua estación del Ferrocarril de Antioquia y observo a la gente pasar.

Es un payaso que hace morisquetas desde lejos y hace reír desaforadamente, me río también. En el circo de Medellín veo muchos magos que desaparecen cosas al instante, veo trapecistas subiendo a los buses de la manera más ágil, veo perritos haciendo malabares en las calles para que no los atropellen, pero ¿payasos? Hace rato no los veía en este circo.

Me río viéndolo gesticular y caminar, y logro alcanzarlo gracias a la lucecita roja, esa que indica cuándo parar.
-       ¡Uy quien pidió pollo! –me dijo.
-       No, pollo no hay forma –le contesté.

Se rió y pasamos conversando la calle San Juan. Mientras cruzábamos alcanzó a contarme que trabajaba vendiendo dulces en los buses y que siempre va disfrazado de payaso; aunque sinceramente con disfraz o sin disfraz me sigue pareciendo lo mismo, una sonrisa andante.

Le pedí el teléfono y no piensen mal, no, me pareció un personaje interesante y lo quise entrevistar.

La cita para la entrevista la acordamos un miércoles de lluvia por las bancas del Edificio Vásquez. Él ya le había contado a su familia de la entrevista, se sentía importante y realizado. Pero ese día daban las tres, tres y media y casi las cuatro cuando supe que no iba a llegar.

Lo llamé ese mismo día a la casa para ver qué había pasado y recordar su nombre que había olvidado.

-       Buenas noches, ¿ahí vive Trampolín, el payaso?
-       Sí, ya se lo paso… Apá, venga al teléfono...

Contestó un muchacho que a juzgar por la voz y la entonación está en la flor de la juventud y vive en un barrio popular.

-       Me recuerda su nombre…
-       Fernando Díaz.
-       Don Fernando, ¿cómo está?, habla con la niña de la entrevista, la que dejó plantada… (reí)

Se disculpó, me dijo que había tenido una cita de improviso con el secretario de Cultura en La Alpujarra y que no le había dado tiempo, entonces acordamos una nueva cita para el siguiente viernes de lluvia.

Llegó puntual, era imposible no reconocerlo con ese traje de fiesta que llamaba la atención de todos. A su alrededor, un paisaje frío y ruidoso, ventas de sánduche y salchichón con limón, indigentes que pasan con su característico olor y el pito de los buses de Floresta-San Juan  que anuncian la partida.


Como era viernes de lluvia decidimos entrar al edificio Vásquez por el Parque de las Luces y con un aroma a sudor añejo proveniente de él, camuflado con el olor a café gourmet donde nos situamos, transcurrió la charla serenamente.

Su vida de payaso

Fernando lleva 40 años como payaso. Inició en el norte del Valle donde nació. Su niñez fue un poco solitaria ya que es hijo único y huérfano de mamá desde pequeño lo que lo llevó a trabajar y, como dice él, “a gaminiar en la calle desde muy temprano”.

“A mí me gustaban mucho los circos y entonces empecé a interesarme por el personaje del payaso y por ahí a los trece años empecé a pintarme poco a poco y salir a animar fiesticas, a salir a la calle y ya después me fui convirtiendo verdaderamente en payaso”.

Trampolín es su nombre artístico que significa el recuerdo de alguien que existió y que le gustó mucho. “Payaso” es su apodo en el barrio El Limonar, cerca a Itaguí, donde vive.

Papá de siete hijos, sí, de siete: Julián, de 32; Richard, de 30; Viviana, de 28; Fernando, de 20; Dany, de 10; Katherine, de 9 y Valentina, de 8. Los mayores ya trabajan, Fernando estudia en la de Universidad de Antioquia y los otros estudian primaria en la casa. Hijos todos de la misma Gloria, como se llama la esposa de Trampolín.

Aprendió a maquillarse tomando la imagen de otros payasos y al igual que una mujer principiante fue cogiendo la técnica y el modelo que quería utilizar, para dejarle el resto a la práctica y al tiempo que lo fue acostumbrando a una clase de pintura y a las indicaciones de los payasos expertos que le decían cómo se hace cada línea, cada detalle y cómo se aplicaba cada color.

De la época de Animalandia

Mientras el clima se ponía entre color desierto y Costa Caribe pero sin mar, me hablaba de su época, sobre la cual yo no entendía mucho y solo podía asentir con la cabeza para no cortar la emoción con la que contaba la historia de pequeño, cuando iba a los circos a ver al payaso Tribilín, a Espaguetti que es de acá de Medellín, a Semillita y a Cocoliso.

Recuerda mucho a los payasos de Animalandia, uno de los programas infantiles más representativos de la televisión colombiana que le llegó al corazón a tanta gente por allá en los años 70 con los payasos Pernito, Tuerquita y Bebé. Y aunque la existencia me falló en ese entonces para poder verlo, sentí sabor a recuerdo de infancia cuando Trampolín me dijo: “Esos personajes sí que han sido figuras de la niñez de uno”.

Me alejo disimuladamente, el olor se hace un poco insoportable, así como cuando huele a largas horas de trabajo, a una agotadora carrera de atletismo o bien a sueldos que no le dan la talla al Rexona. Le sigo preguntando:

-       Bueno, ¿y usted cómo se maquilla?
-       Uso maquillaje a base natural. Me gusta mucho porque nunca me ha causado nada en la piel a pesar de que me pinto mucho. Uso blanco de zinc que es la base, un polvito que venden y lo revuelvo con manteca natural de la que venden pa’ freír, la que es durita y se mezcla con el polvito pa’ que se vaya diluyendo hasta que ya no se ve la manteca y quede una pomada blanca que se echa en toda la cara.

Después pa’ el rosao uno se echa unos puntitos de labial rojo y se revuelve pa’ que quede rosao y luego se le da un toque al rojo más colorido para la nariz y el lápiz negro para delinear.

¡Ah!, y ya para que no brille la cara uso maicena o harina de trigo: me talqueo pa’ que no brille la pintura porque la pintura brillante es muy fea. Me talqueo normal como se talquea una mujer.

(Por como está pintado pongo en duda cómo se “talquea” una mujer)

-       ¿Que hace aparte de ser payaso?
-       Vea, yo hago muchas cosas porque yo tengo siete hijos, entonces hay que revolar muy feo. Aparte de payaso soy mago, tengo magia en la casa que armo cuando voy a una presentación. También vendo tortas de pescao que hacemos en la casa por temporadas pa’ vender; mejor dicho, vendo lo que haiga que vender.

-       ¿Alguna vez le tuvo miedo a los payasos?
-       Yo no, muchos niños sí les tienen miedo pero eso es culpa del payaso porque muchas veces ponen en ridículo a la persona. Hay mucho payaso como el trovador que hace reír a costa de la vergüenza del espectador, entonces las personas les temen por eso.

Uno no puede hacer reír a los demás a costa del ridículo. Yo nunca me burlo de la gente. Si alguien me chacotea pues yo también le charlo, pero yo nunca les pongo sobrenombres a las personas. De los niños no me burlo porque tengan una discapacidad o porque no sean capaces de pronunciar. Un payaso es un personaje que hace reír o que divierte, no que hace sufrir o hace pasar vergüenza.

Que pase el alcohol

Ya ni el calor ni el olor que me molestaban hace un rato parecen tener conciencia, la cara baja delata la culpa y el remordimiento de un payaso feliz que se perdió en el anís.

Llegamos a ese tema de pura casualidad, se rió melancólicamente cuando le preguntaba si alguna vez le había tocado hacer reír estando triste o con un problema grande. La respuesta la daban sus ojos y la boca fruncida que esperaba romper el silencio pronto.

“Eso es lo normal de una persona como yo: soy alcohólico y el alcohólico tiene un problema mental muy grave, se deprime, se entristece, de todo nos da a nosotros. Entonces me ha tocado ir a trabajar enguayabado o con un problema emocional fuerte; no querer trabajar, no querer salir, no querer reírse, no querer estar en medio de la gente”.

Trampolín encontró el alcohol a la par que al circo: a los 13 años empezó a beber y empezaron también los problemas, primero para sí y luego para su familia.

“El alcohol ha sido mi enemigo. En la familia lo distrae a uno mucho de la responsabilidad. Cuando he sido insistente en ser responsable, el alcohol me ha desviado de eso y me ha tocado enfrentarme porque no me puedo dejar vencer de él. Ahora que no he vuelto a beber estoy bien con la familia y tengo muchos ánimos de trabajar”.

Pasando la cuerda floja

El calor se ha dispersado, las meseras del café miran cada vez que pueden intrigadas por la situación en apariencia anormal, los vigilantes ya bajaron la guardia y se ríen disimuladamente de Trampolín.

Hasta ahora no había conocido a payaso malabarista y mago que atravesara la cuerda floja del alcohol, no conocía a un payaso que no se burlara de la gente y que no fuera tan cansón, con tanta alegría en su caminar y con tantas responsabilidades que afrontar.

-       Hábleme de aquella experiencia que nunca podrá olvidar…
Muchas, unas buenas y otras malas. Un día me pasó que me emborraché en una fiesta y me tuve que volar…

-       ¿Se emborrachó con el trago de la fiesta?
-       Sí, ja ja ja…


Me río con la respuesta, pero más con la cara de culpable tan chistosa que pone, cual niño regañado con puchero incluido.

-       También soy el presidente de una asociación que se llama CircoArte de San Antonio de Prado que se compone de artistas que vivimos hace muchos años en la ciudad y que trabajamos en malabares, trapecios, magia, comediantes y todas estas carpitas que se ven en los barrios populares.

El ingreso del payaso no es fijo porque la Alcaldía no le da el apoyo a CircoArte igual como le da a los teatreros, por ejemplo”.

-       Y, ¿cuánto cobra por una presentación?
-       200 mil pesos y voy con Fernando, mi hijo, que es mago. Pero eso no es diario es cada dos o tres meses que lo llaman a uno por eso yo no hago solo eso, también trabajo vendiendo cositas.

Ya el bailoteo de sus pies me anuncia el final. Voy alistando la cámara para las fotos de recuerdo y me asomo a la calle donde aún los algodones de azúcar blancos siguen derritiéndose a pequeñas gotas.

-       Venga yo lo invito a un fresquito…
-       No tranquila, es que a mí no me gusta dejarme coger del día.
-       Muchas gracias entonces, cuídese bastante.
-       Con gusto, que le vaya bien.

Esa fue la última función que vi de Trampolín. Su imagen se fue desvaneciendo en el viento llevándose su sonrisa y ese andar particular de payaso que me hicieron pasar esta tarde agradable.

La risa se encuentra en todos lados, es cuestión de saberla encontrar y no siempre lleva traje de fiesta y nariz color gripa de las más fuertes que pueden dar. La risa a veces esconde males y tristezas embebidas por el alcohol, lleva dolor y hambre y alegría con o sin sabor.

Trampolín pin pin se pintó la nariz y salió a hacer reír a todo el que estuviera triste en las calles de Medellín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario