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Por Sebastián Díaz López
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No era aún viernes y ya se sentía el aroma a fin de semana y con esto las ganas de terminar de una vez por todas los trabajos que oprimen la tranquilidad, o, al menos, sentarse a disfrutar, en torno a unas buenas sonrisas, lo que produce contarle a alguien las anécdotas de la semana. Había ambiente, una forma de ver el vaivén de las personas que deambulan en el Parque Lleras en busca de placer, pero de otro placer, uno más diferente: la diversión.
Es una de las zonas rosas de Medellín que se caracteriza por su contexto agitado, botellas de licor en el parque y, por ende, una que otra persona bajo los efectos del alcohol. Pero, ¿el Lleras? ¿Qué puede tener este lugar? ¿Acaso eso es cultura? Si cultura es todo aquello que el hombre hace por su propia cuenta, demás que sí lo es.
Busqué un lugar llamativo, entre todos los que hay, para poder animare a contarles una buena historia. Sí, de esas que a uno le queda el sabor en la boca cuando la empieza a leer, menos mal ésta tiene sabores agradables.
Es difícil encontrar un sitio que tenga algo que sea diferente entre toda esa mezcla de bares uniformados, con las mismas intenciones, que sólo complacen el deseo del momento, pero no deja más que unos pies cansados y, en otras ocasiones, un fuerte guayabo. Susana Tinoco, una muy buena amiga de mi semestre, encontró un bar, pues sí, démosle los créditos, que toca música jazz, hace conversatorios en inglés de filosofía, arte, cultura y sociología, vende licores (como fuera que no lo hiciera) y muestra películas culturales.
Eran ya las 7: 30 de la noche y ya teníamos la dirección del lugar. Laura Pérez, una amiga de Susana y de mí, llegó antes de salir de la Universidad para el Lleras. Ella era quien nos iba a respaldar en la noche. Conoce bastante de música y en caso tal de no dar con el lugar, ella nos iba a guiar.
Saciamos nuestra hambre y nos dispusimos a ir al Café Bar Cultural Tinto Tintero. La verdad nunca lo había escuchado, y bueno, qué mejor lugar para conocer que ése. Nos montamos en un taxi. Su conductor muy agradable, nos conversó los cinco minutos que duró el trayecto desde al frente de Politécnico Jaime Isaza Cadavid hasta la calle 8 número 16-34. Una cuadra arriba del Centro del Parque Lleras. Es raro encontrar un lugar calmado. Una especie de oasis entre los demás bares de música bailable.
Cuando llegamos, luego de habernos reído con los chistes de doble sentido del taxista y sus vivencias con el licor, me encontré con la sorpresa que hace un mes había caminado al lado de este lugar, pero sin ningún interés por entrar, la verdad el ambiente no me llamó la atención. En fin decidimos entrar. Es un bar muy organizado. Con cinco mesas afuera, cada una con su techo en forma de sombrilla y una vela en la mitad que adormece el frío y le da un toque de romanticismo a la escena. Un mesero muy amablemente nos recibió y nos atendió. Lo primero que hicimos fue preguntarle quién era el dueño del bar. Lo señaló y adivinen quién era. Un extranjero, ¡vaya particularidad!
Le pedimos a David, el dueño, que nos regalara un minuto de su tiempo, pues queríamos hacerle unas preguntas acerca de su bar y de él. Nos sentamos en una de las mesas y el nos pidió que los esperáramos unos minutos, mientras continuaba bebiendo su cerveza Águila en una mesa aledaña a la de nosotros junto con dos personas quienes nos miraban como intrusos. La verdad esta petición puede ser considerada como una manera de hacernos consumir, o, simplemente, quería en realidad hacer parte de nuestro trabajo. Creo que es la segunda, igual, por cortesía, consumimos.
Sí, Susana, al parecer, estaba llena por la hamburguesa y Laura, de gula, decidió comprarse una michelada igual a la mía. La diferencia era la cerveza, la de ella fue una Club Colombia y la mía una Pilsén. No eran cualquier michelada, era, precisamente, la especial que preparaban en el lugar con considerable cantidad de limón agridulce y sal que cuando se juntaba con las papilas gustativas, causaba esa sensación de irritación placentera. Y así pasó el tiempo.
Ya era alrededor de las 8:40 de la noche. En ese preciso momento, cuando estábamos confundidos por un volante que estaba encima de la mesa, el cual mostraba la agenda semanal del lugar, apareció uno de los meseros a explicarnos.
Resulta que los domingos hay cine internacional a las 7:30 de la noche, con crispetas y la entrada gratis. Los martes hay un conversatorio de inglés a las 8: 00 de la noche sobre arte, literatura, filosofía e historia. El jueves hay jazz jam, es decir, toca una banda de jazz. Ya me encontraba bastante animado, este día es el más importante –asumo yo- de la agenda cultural del bar, y yo estaba ahí, para vivirlo. Los viernes hay un carrusel de cocteles a las 9: 00. Hay varias promociones de diferentes licores: dos por uno, o uno por todos, según sea el caso de alcoholismo de cada quien. Y el sábado hay música en vivo, pero ritmos como rock, pop, baladas, entre otras.
David Campbell, un canadiense de 41 años, de ojos azules, rubio (como cosa rara en los norteamericanos), de estatura considerable, de dientes disparejos, pero sin violar la línea de la estética, fundó Tinto Tintero hace dos años. El nombre del establecimiento es bastante llamativo, y según nos dijo, fue de la misma manera que llegó a este país, por pura casualidad.
Siempre le ha interesado la cultura, pues es su gran afición. Por eso, decoró a su bar de una manera clásica para que todos lo puedan disfrutar. No es muy grande, pero cuenta con un espacio, podría llamarse corredor, en donde departen la mayoría de personas que asisten a este lugar. La puerta es un ventanal de tamaño normal. Al entrar se ve una barra de servicio de licores y cocteles, en la que atiende una mujer alta, de pelo castaño, ojos negros grandes y nariz perfectamente pulida por la naturaleza.
Además de ser la administradora y despachadora de los licores, desde hace un año es la esposa de David. Ella, según nos contaba Campbell, entre algunas palabras en español mal pronunciadas, fue la encargada de la decoración del bar. Y sí que se nota el toque femenino. Adentro hay tres mesas, una normal, como el prototipo que todos conocemos, otra que es mucho más bajita, con varios cojines de colores que la rodean y otra que tiene un sofá de color rojizo que está junto a la pared lateral del bar.
Al lado de la mesa grande hay una librería, la cual adivinen qué tiene: libros. Pero divididos entre crónicas de diferentes autores, novelas de todo tipo, obras de filosofía, enciclopedias, entre otras. No los pude contar, me daba pena estar ahí, los que se encontraban al lado mío, en la mesa que esta adjunta al lugar, me estaban mirando con deseo de echarme; hablaban de temas personales- pensé yo-.
Las luces, ¡verdad! Las luces. El techo del lugar está decorado con luces amarillentas, que hacen de éste un espacio propicio para poder hablar. Es decir, es recatado, que funciona de manera perfecta para adormecer los problemas diarios que cada uno trae a desahogar.
Las paredes, pintadas de rojo, a simple vista, están decoradas con cuadros de artistas afroamericanos de jazz, trompetistas, otro, que está pegado al lado de la biblioteca, tiene plasmado el mito del cine Marylin Monroe; en conjunto con las velas, lo libros, los cojines de colores hacen ese juego de elegancia y somnolencia de Tinto Tintero. El suelo es café, sin ninguna huella de chicle o cosas masticadas pegadas a éste, como es de costumbre en la mayor parte de bares y discotecas de esta ciudad.
Mientras continuábamos con las preguntas, David Campbell, se notaba algo preocupado, al parecer no había llegado el grupo de jazz y en ese momento el reloj marcaba las 9: 00 de la noche. Pero no se dejó influir por ese contra tiempo, continúo, un poco más disperso, respondiéndonos las preguntas. No es un hombre bebedor, prefiere el vino tinto, le gusta poco la electrónica, su ritmo musical preferido es la música clásica, o, en su defecto, las baladas. Luego de haber sido profesor de inglés en el colegio Marymount, se preguntó por el desconocimiento de las personas ante la cultura de su tierra y otras cosas.
Campbell a lo largo de su estadía en el país, tiene como propósito romper el paradigma que le tienen a los extranjeros. No quiere mostrase como aquel norteamericano que llega en busca de niñas voluptuosas, rumbas hasta el amanecer en los apartamentos, despilfarro de dinero y mediocridad en el pensamiento. “Yo quiero que dejen de mirarnos como personas que vivimos en libertad, que no controlamos nuestras emociones y que nos ennoviamos con cualquier mujer que nos está mirando”, añade con una sonrisa de satisfacción.
Tinto Tintero nació con el propósito de cambiar esa imagen excitando a la cultura, porque él dice que cada uno tiene su propia cultura, sus propias historias para contar. Es un café que no promueve la música estruendosa, el ahogarse en licor hasta perder la conciencia y bailar hasta desgastar la suela de los zapatos, en contraposición es un lugar para aprender, para estar relajado mientras se bebe una copa de vino, como pasaba en ese momento en la mayoría de las mesas, y él, como extranjero en Medellín, puede lograr con su bar que lo dejen de mirar como una máquina de consumo.
La verdad él no se quería parar, seguimos conversado, quizá haciendo tiempo ante la demora de los músicos de jazz, pero como dice un profesor, hay que recordar que somos latinoamericanos, y por eso, cualquier cosa nos puede pasar. Demás que ellos le pasaron algo, pues la lluvia había empezado hace ya varios minutos.
Mientras él hablaba llegó un grupo de cinco jóvenes, tres hombres y una mujer, y se sentaron en la mesa que es más bajita, la que tiene alrededor cojines de colores. La verdad quería saber de qué hablaban, por eso me hice el que quería ir al baño, la cerveza me estaba haciendo efecto, pero tranquilos, Susana continuó con las preguntas, mientras Laura maldecía el momento cuando le dio por comer hamburguesa, la llenura más el gas de la cerveza la estaban matando.
Tranquilo, seguí mi camino. Pasé al lado del grupo de jóvenes y me hice el que estaba tomado fotos. Según escuché, estaban hablando de su grupo musical. Estaban contentos, pues todo marchaba bien. Entre risas y algarabías lo logré percibir. No quería que me miraran feo como los de la mesa aledaña. Ahí sí me hubiera sentido mal.
La verdad estaba describiendo este lugar muy superficialmente. Las paredes no sólo estaban decoradas con cuadros, sino con notas en un idioma –creo yo- que inspiraban al no sé qué. Algo subliminal, pero de gran capacidad para perceptiva, pues llamaban fácilmente la atención.
No sé por qué no las vi de entrada, demás que fue por estar en la pared derecha adentro del bar; uno siempre que entra mira hacia la barra de servicio o del servicio sanitario, si son muchas las ganas. Y la verdad eso era en lo que pensaba, ir al baño, mi vejiga lo pedía a gritos, o bueno, a gotitas que se escapaban. Al fondo a la derecha, como es de normal, está el baño. Es muy normal, hasta el punto que la luz es tungsteno que se utiliza para este tipo de espacios. Parece dos mundos diferentes. Es como entrar en otra parte, pero bueno, descansé, y bastante.
Cuando salí, Susana y Laura se estaban despidiendo de David. Acaba de llegar el grupo de música de jazz y él hacía gestos de descanso, pues eran las 9:25 de la noche y las personas estaban atentas al momento clímax del bar, cuando los instrumentos manejados por los músicos, tocaban las melodías del jazz. Y así empezaron los expertos. Las personas zarandeaban suavemente sus cuerpos y luego brindaban al son de canciones que motivaban el momento. Las notas de la trompeta era lo más ruidoso que se escuchaba, si es que a ese sonido lo podemos calificar de esa manera. Cuatros músicos que bordeaban estar en una edad madura tocaban con clara y pomposa nitidez las canciones más representativas del género. Ellos ya sabían a qué habían ido y por qué estaban ahí.
Tinto Tintero es uno de esos lugares que se destaca por la amabilidad de quien atiende, su ambiente calmado, su decoración sobria que puede engañar a todo aquel que pase por allí. Una especie de mundo surrealista en medio de la algarabía. Una noche de “juerves” –como ahora le dicen los amantes de la rumba. Puede causar en las personas que lo visita un sentimiento de sabor a cultura y tranquilidad si se dejan llevar por lo que muestra. Es por esa razón que existe y se mantiene en la agenda de los clientes más fieles: enseñar de cultura y en el idioma más popular del mundo, más necesario para la formación como profesional: el inglés.
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