sábado, 30 de abril de 2011

Un embrujo musical


Por Laura Andrea Salazar Correa

El pasado sábado 30 de octubre se llevó a cabo en el Auditorio Fundadores de la Universidad EAFIT otro de los conciertos didácticos que son tan reconocidos de la Orquesta Sinfónica EAFIT, que esta vez fue titulado “Embrujados con la orquesta”.

Una tarde animada por sinfonías orquestales fue frecuentada por niños y adultos disfrazados en la audiencia y en el escenario ninguno de los músicos se quedó atrás. Los atuendos iban desde gatos, zombis, médicos, pilotos de avión y de la Nasa, payasos, chefs, duendes, diablos hasta brujos, entre otros.

Esta fue una celebración que combinó el festejo del halloween con una aproximación a los cuentos clásicos de la cultura occidental a través de la música orquestal. El interés de este evento era hacer que los niños participaran constantemente en la obra, mediante preguntas que los personajes formulan.

La cultura está comprendida por rituales y creencias que unen y vinculan. Este concierto no sólo se valió de un ritual para integrar, sino también para acercar a la música, al gozo intelectual musical y teatral, aspectos que también son relevantes dentro de una sociedad.

“Embrujados con la orquesta” fue una obra teatral donde su personaje principal, la bruja Casiopea, se despertaba de un profundo sueño para seguir las instrucciones que su mejor amigo, el duende Melifón le dejó para obtener varios regalos. La directora de la orquesta le ayudó siempre a Casiopea, ya que la pobre había perdido sus gafas y por eso no era capaz de leer la carta que Melifón le había enviado.

Mientras Casiopea abría una a una las sorpresas que el duende Melifón tenía preparadas para ella, la Orquesta Universidad EAFIT tocaba sinfonías que aludían a la celebración de la noche de brujas.

La obra que abrió el espectáculo musical fue 'La danza macabra', más bien conocida como el Op 40 de Camille Saint-Säens. Casiopea abrió una de las calabazas sorpresa y se encontró un conjunto de murciélagos, para lo que la orquesta tenía preparada 'Cueva de Fingal', de F. Mendelssohn.

Una escoba mágica le recordó a la bruja las aventuras vividas en el año pasado junto a su buen amigo Melifón. Para animar más a Casiopea la orquesta tocó el 'Allegro final de la Obertura de Guillermo Tell', de G. Rossini.

Una de las calabazas tenía como sorpresa para la bruja una batuta como la de la maestra Cecilia Espinosa Arango, quien dirige la orquesta, razón por la cual se le permitió dirigir la sinfonía de L. Anderson, titulada 'Plink – plank – plunk'.

Para cerrar el concierto la orquesta, animando a los asistentes y a la misma Casiopea, tocó 'Una noche de aquelarre' como gran final, sinfonía del músico H. Berlioz.

Las sonrisas y el asombro también fueron parte de los músicos, quienes disfrutaron cada minuto del concierto didáctico.


Sonrisas entre la orquesta: la maestra Cecilia Espinosa Arango y el público gracias a las travesuras de Casiopea.

Al terminar el concierto, los niños corrieron al escenario para tomarse fotos con la bruja Casiopea, ver las partituras o mostrar sus disfraces.



Payasos, demonios, abejas, pilotos, cirujanos, duendes, chefs y muchos más personajes conformaron por esta tarde el equipo musical de la orquesta.

Un chef que le ponía 'sabor' a cada nota fue el concertino de la orquesta.

'La cueva de Fingal' es la sinfonía que la orquesta le tocó a Casiopea para que se imaginara el lugar de donde habían salido los murciélagos que se encontró.

Una ratoncita muy atenta no se perdía los movimientos de Casiopea y se movía al compás de cada sinfonía tocada por la orquesta.

La bruja Casiopea, en la obra del año pasado odiaba la música y ahora, con mucho esfuerzo, fue capaz de adivinar los nombres de algunos de los instrumentos tocados en el concierto.
Asombro ante cada nota tocada. Algunos niños se quitaron sus máscaras para ver bien el concierto.

En este concierto las sorpresas no sólo fueron para Casiopea, a la salida se le dio una calabaza llena de dulces a los niños asistentes.
Disfraces de cuentos de hadas, de juegos de video, de películas de terror fueron tema suficiente para toda la tarde.

'La danza macabra' debe ser tocada con un violín principal que guía al resto de la orquesta. Movimientos veloces y sonoros dieron vida al primer momento del concierto didáctico.
Afuera, después del concierto, los niños jugaban y se divertían después de haber recibido su calabaza sorpresa.


Aquí, la orquesta completa dando comienzo a la primera sinfonía tocada en el concierto, el Op. 40 de Camille Saint-Säens.















viernes, 29 de abril de 2011

El sabor de un arco iris de hielo

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Por Laura Andrea Salazar Correa
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La máquina de Albeiro se deja ver en medio de paquetes de
golosinas y botellas de refrescos.
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Se aproxima el medio día y el calor intenso de la mañana de viernes se hace más tolerable con pequeñas cucharadas de hielo rallado y saborizado con esencias frutales.

Lo cotidiano

Cuando se le pide a la gente que defina la cultura la respuesta obtenida es que tan educada es una persona, que tanto sabe de cultura general, que tan amable es y una que otra vez mencionan algo relacionado con arte, música, literatura o danza.

Al parecer, no se tienen mucho en cuenta que cultura también es el conjunto de cosas que un grupo de personas comparten, como lo son la vestimenta, la comida, los rituales y las creencias religiosas.

De esta manera se puede demostrar que no sólo la comida gourmet ni la literatura filosófica forman parte exclusiva de la cultura antioqueña. Cosas cotidianas y comunes también hacen parte de ella, como comer algodón de azúcar, ver despegar aviones al lado del aeropuerto Olaya Herrera, mercar en el Éxito y tomar 'raspao'.

Sabores de pueblo

Es viernes en la mañana del 5 de noviembre, el sol alumbra con todas sus ganas mientras se aproxima la hora de almuerzo, la boca pide algo para la sed y el estómago cualquier cosa para adormecer el hambre. En la plazoleta principal del Pueblito Paisa una de las tiendas está cerrada y cerca a ella se ve llegar a toda prisa un hombre que sin quitarse todavía el casco de moto comienza a abrir el negocio.

“Con permiso, señorita” dice el hombre con voz amable, pero apresurada. No parece contento con algo que le ocurrió antes de llegar a su puesto de trabajo, aún así contesta el teléfono celular sin dejar de preparar el establecimiento para recibir a la clientela.

Una vez se levanta la puerta de la ventana se deja ver una máquina de hierro pintada de verde, amarillo y naranja con pintura a base de aceite. Al rededor hay paquetes de golosinas, botellas de jugos, cervezas y gaseosas, pero lo más atractivo a pesar de la distracción es la típica máquina para preparar 'raspaos'.

Para los que no saben, el 'raspao' es una especie de helado preparado en presencia del cliente y que se obtiene raspando un bloque de hielo. El hielo triturado se sirve en un cono de plástico y se le agregan sabores frutales que llevan el color de la fruta correspondiente, es así como una sencilla preparación ofrece el sabor de un arco iris de hielo.

Albeiro Jaramillo es el dueño del negocio y lleva más de 30 años preparando 'raspaos' en el Pueblito Paisa. “Con este negocio levanté a mis hijos, que son cuatro y vivo bueno también”, asegura él mientras termina de poner cada cosa de la tienda en su sitio.

Recostado a una de las paredes del establecimiento se encuentra uno de los clientes frecuentes de Albeiro, quien asegura que le gusta mucho el 'raspao' y se queda callado y atento a la conversación, entre tanto el dueño del negocio sonríe a cada pregunta y asegura que lo que más le importa de su trabajo es atender bien a los clientes para que vuelvan y recomienden el lugar, “que queden contentos los clientes para mi es lo mejor y así me hacen buena publicidad”, dice el comerciante.

Las vueltas de la vida

Una polea que empuja contra un par de cuchillas el
hielo hace que salga hacia abajo el hielo rallado.
Albeiro se termina de quitar el chaleco de moto, ya está más calmado. Cuenta que entró al negocio cuando apenas tenía 17 años y fue por recomendación de un amigo caleño, quien entró el negocio de las máquinas de 'raspao' a Medellín a finales de los años cincuenta.

“Yo empecé alquilando la máquina y eso me valía, para ese entonces, a $50 la semana y eso que los 'raspaos' más caros se cobraban a $2, ¿cuánto tiempo habrá pasado?, ¡un montón!”. “A Medellín llegaron las siete primeras máquinas desde Cali, por un conocido que las alquilaba y así fue como empezó el negocio en Antioquia, hace más de 40 años más o menos”, declara Albeiro.

“Yo no había probado el 'raspao' hasta que lo empecé a vender, de ahí en adelante se podían ver los carros con las máquinas y los tarros de saborizantes en el Estadio, al lado del aeropuerto, en el centro y hasta en lo que hoy es el Jardín Botánico, yo siempre he estado acá, en el Pueblito Paisa porque me gusta la clientela”, expone Albeiro.

El cisne

Albeiro declara que aún hoy prefiere preparar el 'raspao' con la máquina tradicional, “ahora ya hay unas con las que no es más que apretar un botón y eso ya está listo, pero no es la misma cosa, pienso yo”, comenta él mientras muestra las partes del aparato.

Los dispositivos para preparar tan delicioso producto son importadas de China y en Colombia se usan dos marcas, la Cisne y la Kiti. La primera de las marcas se reconoce porque en uno de los costados de la máquina tiene grabado un cisne, es delicada en sus líneas aunque es resistente y de buena calidad. Por otro lado, está la Kiti que se da a conocer porque tiene marcado su nombre en la parte frontal en letras, sus líneas son rústicas, pero no deja de ser igual de resistente a la marca anterior.

Estos aparatos tienen una polea que empuja hacia abajo el bloque de hielo que se pone dentro del compartimento y que va a dar contra unas cuchillas que rallan el hielo para que abajo quede el producto molido.

En las calles pueden verse estas máquinas pintadas de muchos colores, razón por la que se hacen más atractivas. Hay quien pinte particularmente el cisne y haga que el resto del artefacto se vea como una obra de arte. Hasta puede verse que la publicidad de el vodka Absolut emplea la fotografía de uno de los lados de la máquina.

La mayoría de los puntos de venta son carros parecidos a los de perro, pero en vez de llevar tanques con salchichas calientes, llevan tarros transparentes que muestran los sabores con que se puede preparar el 'raspao', la máquina pintada de acuerdo al criterio artístico del dueño, un bloque de hielo enorme adentro y a un lado o en un cajón adentro del carro están guardados los conos de plástico en que se sirve en producto final, son unas pequeñas ruedas las que le sirven al comerciante transportar la frescura a donde quiera que se dirige.

Un antojo para refrescar

A la tienda en el Pueblito Paisa llegan muchos clientes extranjeros que reconocen desde su propia cultura el producto que Albeiro con gusto les ofrece. “Para los mexicanos se llama raspadilla, a los ecuatorianos les gusta mucho y ni hablar de los europeos, esos hasta repiten cuando terminan, esto es un producto internacional”, comenta en medio de una sonrisa el vendedor.

El 'raspao' hace parte fundamental de la cultura antioqueña porque refresca las gargantas de quienes asisten a una feria, quienes van al Estadio los domingos a practicar deporte, a los que salen de un partido de fútbol, a los que miran aviones despegar o aterrizar en el aeropuerto, a los que salen a misa y hasta a los antojados.

Por esto puede asegurarse que Albeiro es uno de los pioneros del negocio del 'raspao' en Medellín y su aporte, aunque inocente, es importante en la conformación de una cultura que es no estática y que se vale de lo cotidiano para hacerse más fuerte y arraigarse más a los corazones de los antioqueños.

El experto en 'raspaos' afirma que no quiere salir del negocio todavía, pues lleva toda la vida dedicada a eso y gracias al negocio ha logrado sacar adelante a su familia y criar a sus cuatro hijos. Él dice que este es un oficio que le hace feliz y que le permite disfrutar de la vida de una manera tranquila.

Fundación Circo Medellín: el sol de la diversión en la ciudad

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Por Tatiana Restrepo C.
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Cumpleaños número 335.

“Niñas entren, pasen tranquilas”, nos dijo Gustavo a Carolina Echeverri (estudiante de publicidad de la universidad UPB) y a mí (Tatiana Restrepo estudiante de comunicación social de la universidad Eafit), cuando llegamos a su función el día 2 de noviembre de 2010, fecha especial para Medellín debido a su cumpleaños número 335.

Mauricio, Andrés, Anderson, Didier, Edison, Luis y Gustavo, son los integrantes de la Fundación Circo Medellín, que por su propia voluntad y con esfuerzo dejaron sus familias para luchar por un sueño. Un sueño que con dedicación construyeron al tomar la decisión de irse a vivir juntos al barrio Belén en la ciudad de Medellín.

Aquella noche algunos artistas de Medellín como el Parcero del popular numero 8, el mago Alfonsinny y los muchachos del Circo de Medellín, se reunieron en la plaza de Aranjuez para celebrar con los habitantes de la comuna número cuatro, un cumpleaños al son de magos, mimos y humoristas. Este evento fue un regalo que le bridaron estos artistas a nuestra ciudad.

Estos jóvenes tienen entre 20 y 25 años. Ellos formaron un hogar lejos de la violencia y crearon una forma de vida más segura y fácil que les permite concentrarse en sus estudios y en su trabajo. A través de su convivencia han logrado convertir la vida callejera en una vida artística, pues están en permanente contacto con el mundo de la mímica y la actuación.

Adornando con líneas negras sus facciones

Eran las siete de la noche y nos encontramos con los protagonistas de este evento en su carpa privada. Se estaban arreglando para el show: los muchachos compartían el maquillaje y con ayuda de un espejo pintaban sus caras de blanco y las adornaban con líneas negras que definían sus facciones. Todos se encuentran con sus caras pintadas de blanco, una boca grande y expresiva que combina con su nariz de color rojo y con su vestimenta de todos los colores, muy alegres y llamativos.

La relación entre los jóvenes es muy especial pues la han construido desde hace varios años atrás y ahora son como hermanos, por lo tanto, dicen encontrar apoyo en cada uno de ellos. Todos ellos son muy alegres e inquietos, constantemente realizan piruetas y maromas al mismo tiempo que cantan y escuchan música. Sus géneros preferidos son rock, pop y baladas de los 80’s.

Una vez vestidos y maquillados los muchachos empiezan a calentar y a brincar para ir botando adrenalina y generar un estado de nervios entre ellos. “Uno tiene que generar adrenalina y nervios para que cuando salga al escenario todo le salga perfecto, cuando uno no tiene emociones el show no es igual”, dijo Anderson cuando se estaba arreglando para salir.

Una misma filosofía

Los muchachos muestran lo que son en el circo y, de la misma manera, actúan afuera del escenario. Su filosofía es la misma dentro y fuera del espectáculo. Es de resaltar que estos jóvenes tienen la capacidad de dejar en alto la imagen de Medellín en otras ciudades en las que se han presentado.

Las luces se apagaron y un reflector iluminó la tarima y todo empezó. Estos jóvenes se encontraban en la comuna número cuatro dando todo de ellos.

Anderson y Gustavo fueron los primeros en salir, pues eran los encargados de abrir el show, ellos hacen una impactante salida al ritmo de la batería que, sin necesidad de palabras, dejan al público entusiasmado.
Gustavo continúa el espectáculo; colgándose por unas telas amarradas del techo, sube y baja, se enrolla y se deja caer, vuelve a envolverse y luego aparece boca abajo generando vacío y asombro en el público. Finalmente termina su presentación con aplausos y le abre paso a la siguiente escena.

Salen otros cuatro integrantes del grupo, todos uniformados con una pantaloneta y sin camisa, pues se trata de un show de agua. Actúan como si estuvieran en una piscina haciendo nado sincronizado de forma cómica e interactuando con la gente. Mientras tanto Anderson toca la batería para ambientar el show.

El Circo Medellín, se reconoce también porque no cuenta con animales para llamar la atención del público. Piensan que con los jóvenes y su actitud es suficiente para hacer de este espectáculo todo un cuento maravilloso. Añadiéndole a ello, las ganas de los chicos de salir adelante, sin violencia, sin vicios, con su mejor disfraz, convirtiendo el circo en su vida, pues dicen que más que una profesión es un arte.

Un espacio para el arte, teatro, magia y la risa

La entidad empieza con cinco niños de los barrios 13 de Noviembre y Sol de Oriente, junto con su impulsor Monseñor Rubén Sánchez, quien monta una escuela para proteger a estos pequeños de la violencia, las bandas, las armas y la droga. Así,í en ese mundo de maldad, había un espacio para el arte, el teatro, la magia y la risa, un espacio que se encargó de sembrar futuro, crear ilusiones, sueños, y formar artistas.

Después de iniciar este largo camino, Monseñor Sánchez por sus obligaciones religiosas tuvo que viajar a continuar con su vocación en Europa, dejando a los muchachos sin nadie que realmente los acompañara en este proceso; pero el deseo de continuar y no dejar acabar todo el recorrido que llevaban, llevó a estos cinco muchachos a tomar la decisión de seguir luchando por la creación de su circo. Ellos buscaron un lugar prestado en el barrio, Sol de Oriente, donde ensayaron diariamente. Entonces fue en sus ensayos que descubrieron el gusto por la actuación y el teatro.

Caballos, bebés y aviones

La función continuó en la comuna cuatro con el show de caballos, Didier era el encargado de manejar esta escena. Los otros integrantes del circo se disfrazaron de caballo (eran grandes y en cada disfraz cabían dos personas). Pusieron a interactuar al público y sacaron a los niños a dirigir el show. Inmediatamente el parque de Aranjuez se animó y se empezaron oír aplausos y gritos de emoción. Se podía evidenciar que la alegría llegaba entonces a este barrio ubicado al nororiente de la ciudad de Medellín.

Acto seguido, Edison se disfrazó de bebé y salió a escena con una pelota grande dando brincos y tirándosela a los espectadores. Anderson y Didier salieron jugando con unos avioncitos de papel, lo cual causo conmoción en la gente, pues el show se trataba de una pelea entre dos hermanos, por salvar su avión. Finalmente ellos dejan de pelear y se dan un abrazo tan grande y cálido que el público lo siente.

Rescate de talentos

A pesar de que ya no contaban con el apoyo de quien los impulso, Monseñor Sánchez desde Europa logro darles su mano y apoyo, contactándolos con Carlos Álvarez quien desde ese momento hasta el día de hoy es la persona que guía a los jóvenes y les da todo el soporte para seguir prosperando.

El señor Álvarez, con todos sus contactos buscó a estos jóvenes, que aun seguían en el barrio con sus familias, y se encargó de que pudieran salir con su circo a presentaciones, con el fin de darlos a conocer y mostrarles el mundo que de ahora en adelante comenzarían a vivir.

El fruto de tanto esfuerzo por parte de los muchachos y de Carlos Álvarez por fin tomo forma. Una casa fue el lugar donde se ubicaron todos, con el fin de establecer ya el grupo “Titiritrastes” y comenzar a trabajar con Carlos en la Fundación Circo Medellín.

Con el tiempo este grupo de muchachos ha ido formándose y aumentando su número de integrantes. Las obras que montaron mientras seguían en el barrio, aún las ensayan y en ocasiones las presentan haciendo modificaciones en ellas, pero también han montado otras obras, además de agregar a su lista de actividades, diferentes formatos y temas de presentaciones, ampliando así la carta de presentación como circo.

El trabajo que realizan estos jóvenes y los recursos que obtienen a través de éste, les permiten llevar una vida cómoda; ellos cubren todos los gastos de la casa, como el arriendo, los servicios, la alimentación, el estudio, el carro que comparten y su sustento, además de tener la capacidad de ayudar a sus familias.

El Municipio de Medellín otorgó a esta fundación un lote en el Cerro Nutibara para que establezcan allí, permanentemente, su circo, cercao a la casa que adaptarán para trasladarse y vivir juntos hasta el mes de Diciembre. Este lote les permitirá tener mayor facilidad a la hora de tener sus presentaciones, pues podrán ensayar y no tendrán problema con el traslado de la utilería cada que tengan que hacer una presentación en otro lugar.

Aplausos para el cumpleaños

Aquella noche los muchachos terminaron su show con muchos aplausos y sin necesidad de grandes atuendos, escenarios costosos y juegos de luces, estos personajes cautivaron al público, lo hicieron reír, pensar y los trasportaron a un lugar de fantasía que los alejaba de su cotidianidad.

Finalizado el show de los muchachos del Circo de Medellín prosiguió el mago Alfonsinny con el espectáculo, quien animó y les brindó a los habitantes de Aranjuez esperanza y fe en la ciudad de Medellín.

El jazz exclusivo de Tinto Tintero

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Por Sebastián Díaz López
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No era aún viernes y ya se sentía el aroma a fin de semana y con esto las ganas de terminar de una vez por todas los trabajos que oprimen la tranquilidad, o, al menos, sentarse a disfrutar, en torno a unas buenas sonrisas, lo que produce contarle a alguien las anécdotas de la semana. Había ambiente, una forma de ver el vaivén de las personas que deambulan en el Parque Lleras en busca de placer, pero de otro placer, uno más diferente: la diversión.

Es una de las zonas rosas de Medellín que se caracteriza por su contexto agitado, botellas de licor en el parque y, por ende, una que otra persona bajo los efectos del alcohol. Pero, ¿el Lleras? ¿Qué puede tener este lugar? ¿Acaso eso es cultura? Si cultura es todo aquello que el hombre hace por su propia cuenta, demás que sí lo es.

Busqué un lugar llamativo, entre todos los que hay, para poder animare a contarles una buena historia. Sí, de esas que a uno le queda el sabor en la boca cuando la empieza a leer, menos mal ésta tiene sabores agradables.

Es difícil encontrar un sitio que tenga algo que sea diferente entre toda esa mezcla de bares uniformados, con las mismas intenciones, que sólo complacen el deseo del momento, pero no deja más que unos pies cansados y, en otras ocasiones, un fuerte guayabo. Susana Tinoco, una muy buena amiga de mi semestre, encontró un bar, pues sí, démosle los créditos, que toca música jazz, hace conversatorios en inglés de filosofía, arte, cultura y sociología, vende licores (como fuera que no lo hiciera) y muestra películas culturales.

Eran ya las 7: 30 de la noche y ya teníamos la dirección del lugar. Laura Pérez, una amiga de Susana y de mí, llegó antes de salir de la Universidad para el Lleras. Ella era quien nos iba a respaldar en la noche. Conoce bastante de música y en caso tal de no dar con el lugar, ella nos iba a guiar.

Saciamos nuestra hambre y nos dispusimos a ir al Café Bar Cultural Tinto Tintero. La verdad nunca lo había escuchado, y bueno, qué mejor lugar para conocer que ése. Nos montamos en un taxi. Su conductor muy agradable, nos conversó los cinco minutos que duró el trayecto desde al frente de Politécnico Jaime Isaza Cadavid hasta la calle 8 número 16-34. Una cuadra arriba del Centro del Parque Lleras. Es raro encontrar un lugar calmado. Una especie de oasis entre los demás bares de música bailable.

Cuando llegamos, luego de habernos reído con los chistes de doble sentido del taxista y sus vivencias con el licor, me encontré con la sorpresa que hace un mes había caminado al lado de este lugar, pero sin ningún interés por entrar, la verdad el ambiente no me llamó la atención. En fin decidimos entrar. Es un bar muy organizado. Con cinco mesas afuera, cada una con su techo en forma de sombrilla y una vela en la mitad que adormece el frío y le da un toque de romanticismo a la escena. Un mesero muy amablemente nos recibió y nos atendió. Lo primero que hicimos fue preguntarle quién era el dueño del bar. Lo señaló y adivinen quién era. Un extranjero, ¡vaya particularidad!

Le pedimos a David, el dueño, que nos regalara un minuto de su tiempo, pues queríamos hacerle unas preguntas acerca de su bar y de él. Nos sentamos en una de las mesas y el nos pidió que los esperáramos unos minutos, mientras continuaba bebiendo su cerveza Águila en una mesa aledaña a la de nosotros junto con dos personas quienes nos miraban como intrusos. La verdad esta petición puede ser considerada como una manera de hacernos consumir, o, simplemente, quería en realidad hacer parte de nuestro trabajo. Creo que es la segunda, igual, por cortesía, consumimos.

Sí, Susana, al parecer, estaba llena por la hamburguesa y Laura, de gula, decidió comprarse una michelada igual a la mía. La diferencia era la cerveza, la de ella fue una Club Colombia y la mía una Pilsén. No eran cualquier michelada, era, precisamente, la especial que preparaban en el lugar con considerable cantidad de limón agridulce y sal que cuando se juntaba con las papilas gustativas, causaba esa sensación de irritación placentera. Y así pasó el tiempo.

Ya era alrededor de las 8:40 de la noche. En ese preciso momento, cuando estábamos confundidos por un volante que estaba encima de la mesa, el cual mostraba la agenda semanal del lugar, apareció uno de los meseros a explicarnos.

Resulta que los domingos hay cine internacional a las 7:30 de la noche, con crispetas y la entrada gratis. Los martes hay un conversatorio de inglés a las 8: 00 de la noche sobre arte, literatura, filosofía e historia. El jueves hay jazz jam, es decir, toca una banda de jazz. Ya me encontraba bastante animado, este día es el más importante –asumo yo- de la agenda cultural del bar, y yo estaba ahí, para vivirlo. Los viernes hay un carrusel de cocteles a las 9: 00. Hay varias promociones de diferentes licores: dos por uno, o uno por todos, según sea el caso de alcoholismo de cada quien. Y el sábado hay música en vivo, pero ritmos como rock, pop, baladas, entre otras.

David Campbell, un canadiense de 41 años, de ojos azules, rubio (como cosa rara en los norteamericanos), de estatura considerable, de dientes disparejos, pero sin violar la línea de la estética, fundó Tinto Tintero hace dos años. El nombre del establecimiento es bastante llamativo, y según nos dijo, fue de la misma manera que llegó a este país, por pura casualidad.

Siempre le ha interesado la cultura, pues es su gran afición. Por eso, decoró a su bar de una manera clásica para que todos lo puedan disfrutar. No es muy grande, pero cuenta con un espacio, podría llamarse corredor, en donde departen la mayoría de personas que asisten a este lugar. La puerta es un ventanal de tamaño normal. Al entrar se ve una barra de servicio de licores y cocteles, en la que atiende una mujer alta, de pelo castaño, ojos negros grandes y nariz perfectamente pulida por la naturaleza.

Además de ser la administradora y despachadora de los licores, desde hace un año es la esposa de David. Ella, según nos contaba Campbell, entre algunas palabras en español mal pronunciadas, fue la encargada de la decoración del bar. Y sí que se nota el toque femenino. Adentro hay tres mesas, una normal, como el prototipo que todos conocemos, otra que es mucho más bajita, con varios cojines de colores que la rodean y otra que tiene un sofá de color rojizo que está junto a la pared lateral del bar.

Al lado de la mesa grande hay una librería, la cual adivinen qué tiene: libros. Pero divididos entre crónicas de diferentes autores, novelas de todo tipo, obras de filosofía, enciclopedias, entre otras. No los pude contar, me daba pena estar ahí, los que se encontraban al lado mío, en la mesa que esta adjunta al lugar, me estaban mirando con deseo de echarme; hablaban de temas personales- pensé yo-.

Las luces, ¡verdad! Las luces. El techo del lugar está decorado con luces amarillentas, que hacen de éste un espacio propicio para poder hablar. Es decir, es recatado, que funciona de manera perfecta para adormecer los problemas diarios que cada uno trae a desahogar.

Las paredes, pintadas de rojo, a simple vista, están decoradas con cuadros de artistas afroamericanos de jazz, trompetistas, otro, que está pegado al lado de la biblioteca, tiene plasmado el mito del cine Marylin Monroe; en conjunto con las velas, lo libros, los cojines de colores hacen ese juego de elegancia y somnolencia de Tinto Tintero. El suelo es café, sin ninguna huella de chicle o cosas masticadas pegadas a éste, como es de costumbre en la mayor parte de bares y discotecas de esta ciudad.

Mientras continuábamos con las preguntas, David Campbell, se notaba algo preocupado, al parecer no había llegado el grupo de jazz y en ese momento el reloj marcaba las 9: 00 de la noche. Pero no se dejó influir por ese contra tiempo, continúo, un poco más disperso, respondiéndonos las preguntas. No es un hombre bebedor, prefiere el vino tinto, le gusta poco la electrónica, su ritmo musical preferido es la música clásica, o, en su defecto, las baladas. Luego de haber sido profesor de inglés en el colegio Marymount, se preguntó por el desconocimiento de las personas ante la cultura de su tierra y otras cosas.

Campbell a lo largo de su estadía en el país, tiene como propósito romper el paradigma que le tienen a los extranjeros. No quiere mostrase como aquel norteamericano que llega en busca de niñas voluptuosas, rumbas hasta el amanecer en los apartamentos, despilfarro de dinero y mediocridad en el pensamiento. “Yo quiero que dejen de mirarnos como personas que vivimos en libertad, que no controlamos nuestras emociones y que nos ennoviamos con cualquier mujer que nos está mirando”, añade con una sonrisa de satisfacción.

Tinto Tintero nació con el propósito de cambiar esa imagen excitando a la cultura, porque él dice que cada uno tiene su propia cultura, sus propias historias para contar. Es un café que no promueve la música estruendosa, el ahogarse en licor hasta perder la conciencia y bailar hasta desgastar la suela de los zapatos, en contraposición es un lugar para aprender, para estar relajado mientras se bebe una copa de vino, como pasaba en ese momento en la mayoría de las mesas, y él, como extranjero en Medellín, puede lograr con su bar que lo dejen de mirar como una máquina de consumo.

La verdad él no se quería parar, seguimos conversado, quizá haciendo tiempo ante la demora de los músicos de jazz, pero como dice un profesor, hay que recordar que somos latinoamericanos, y por eso, cualquier cosa nos puede pasar. Demás que ellos le pasaron algo, pues la lluvia había empezado hace ya varios minutos.

Mientras él hablaba llegó un grupo de cinco jóvenes, tres hombres y una mujer, y se sentaron en la mesa que es más bajita, la que tiene alrededor cojines de colores. La verdad quería saber de qué hablaban, por eso me hice el que quería ir al baño, la cerveza me estaba haciendo efecto, pero tranquilos, Susana continuó con las preguntas, mientras Laura maldecía el momento cuando le dio por comer hamburguesa, la llenura más el gas de la cerveza la estaban matando.

Tranquilo, seguí mi camino. Pasé al lado del grupo de jóvenes y me hice el que estaba tomado fotos. Según escuché, estaban hablando de su grupo musical. Estaban contentos, pues todo marchaba bien. Entre risas y algarabías lo logré percibir. No quería que me miraran feo como los de la mesa aledaña. Ahí sí me hubiera sentido mal.

La verdad estaba describiendo este lugar muy superficialmente. Las paredes no sólo estaban decoradas con cuadros, sino con notas en un idioma –creo yo- que inspiraban al no sé qué. Algo subliminal, pero de gran capacidad para perceptiva, pues llamaban fácilmente la atención.

No sé por qué no las vi de entrada, demás que fue por estar en la pared derecha adentro del bar; uno siempre que entra mira hacia la barra de servicio o del servicio sanitario, si son muchas las ganas. Y la verdad eso era en lo que pensaba, ir al baño, mi vejiga lo pedía a gritos, o bueno, a gotitas que se escapaban. Al fondo a la derecha, como es de normal, está el baño. Es muy normal, hasta el punto que la luz es tungsteno que se utiliza para este tipo de espacios. Parece dos mundos diferentes. Es como entrar en otra parte, pero bueno, descansé, y bastante.

Cuando salí, Susana y Laura se estaban despidiendo de David. Acaba de llegar el grupo de música de jazz y él hacía gestos de descanso, pues eran las 9:25 de la noche y las personas estaban atentas al momento clímax del bar, cuando los instrumentos manejados por los músicos, tocaban las melodías del jazz. Y así empezaron los expertos. Las personas zarandeaban suavemente sus cuerpos y luego brindaban al son de canciones que motivaban el momento. Las notas de la trompeta era lo más ruidoso que se escuchaba, si es que a ese sonido lo podemos calificar de esa manera. Cuatros músicos que bordeaban estar en una edad madura tocaban con clara y pomposa nitidez las canciones más representativas del género. Ellos ya sabían a qué habían ido y por qué estaban ahí.

Tinto Tintero es uno de esos lugares que se destaca por la amabilidad de quien atiende, su ambiente calmado, su decoración sobria que puede engañar a todo aquel que pase por allí. Una especie de mundo surrealista en medio de la algarabía. Una noche de “juerves” –como ahora le dicen los amantes de la rumba. Puede causar en las personas que lo visita un sentimiento de sabor a cultura y tranquilidad si se dejan llevar por lo que muestra. Es por esa razón que existe y se mantiene en la agenda de los clientes más fieles: enseñar de cultura y en el idioma más popular del mundo, más necesario para la formación como profesional: el inglés.

Un arte de mano en mano

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Por Catalina Escobar Pérez
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Naro es una microempresa ubicada en el barrio Simón Bolívar, tiene tres integrantes de las cuales dos conforman una misma familia; Marta Lucía Pérez y Rocío Pérez son hermanas y Amparo Osorio es una persona muy allegada a la familia que ha convivido con ellas por más de veinte años.

Amparo Osorio, llamada Pao de cariño, relata una historia de tradición, amor y mucha creatividad, solo se le nota en los ojos buenos recuerdos, en su voz quebrantada una alegría profunda por haber vivido tan importantes momentos gracias al arte y las manualidades.

“¡“Naro”! cuantos recuerdos maravillosos vivimos cuando los tiempos eran felices, y Ale todavía estaba viva. Inicialmente Ale y yo empezamos a adquirir una serie de herramientas para trabajo liviano, caladoras, sierras, torno, herramienta menuda, llegó el momento en que nos vimos copadas de mucha herramienta y decidimos abrir nuestro propio taller”, dice Amparo.

Cualquier día hace treinta y dos años Noeli o Ale como toda la vida la llamaron le propuso a Amparo que empezaran a utilizar las herramientas, aquellas que le estaba estorbando en el cuarto útil de su casa finca en Manizales. Antes de eso ambas trabajaban con herramientas muy empíricas, empezaron a trabajar en todo este cuento solo por curiosidad, y porque no, por hobbie, crear, hacer, diseñar, transmitir ideas, era para ellas el objetivo principal.

Empezaron creando cosas pequeñas como mueblecitos, artesanías diminutas; luego Ale se le ocurrió la idea de convocar una compañera de trabajo para mostrarle sus nuevas creaciones, ésta le dijo que se atreviera a tomar unas medidas para hacer un closet, efectivamente fueron y tomaron las medidas y empezaron a hacer un closet. Cuando por fin lo terminaron, la clienta amiga de Ale, le dijo que enchaparan su casa, y la terminaron enchapando en azulejo, además de eso, colocaron las tinas en las duchas de los baños, enchaparon la pared, hicieron el poyo de la cocina y a partir de ahí fue que nació todo. A raíz de eso empezaron a conocer su trabajo y empezaron a buscarlas, a contactarlas.

Decidieron montar un taller de carpintería y adquirieron otro tipo de herramienta de trabajo pesado, consiguieron 5 o 6 trabajadores y un maestro de carpintería,por nombre a su taller le pusieron “Naro” porque esa sigla contenía el nombre de las tres primeras integrantes: Noeli Arias, Amparo Osorio y Rocío Pérez.

Las tres vivían en Tablaza, una vereda ubicada cinco minutos de Manizales, era una casa finca hermosa, con espacio para todo, y con la libertad que los artistas necesitan. Un día, en extrañas circunstancias que Amparo decidió no contar, llegó Rocío Pérez una joven rebelde que había salido de su casa un día hacía varios años y nunca había vuelto.

Cuando Rocío llegó no había terminado el bachillerato, por lo tanto Noeli y Amparo le propusieron validar, ella aceptó y cuando terminó su bachillerato en la Universidad Católica de Manizales en la jornada nocturna, hizo tres año de carrera profesional de Administración Turística, pero no siguió por que peleó con el profesor de inglés y Ale decidió enseñarle lo que sabía y la metió en ese mundo de artesanías.

Días más tarde se trasladaron a Manizales a un barrio residencial llamado La Rambla, trataron de seguir con la carpintería pero no se pudo por la bulla y por el polvo. Cualquier día cuando vivían en La Rambla, vieron unos cuadros de collage y pintura en óleo.

Amparo le dijo a Ale, ¿por qué no te metes a clases de collage?, efectivamente Ale entró a clase y el primer día la devolvieron, la profesora de collage le dijo a Ale: “usted no tiene nada que hacer aquí porque usted sabe hacer esto”.“Hágame un bastidor así, páseme cualquier dibujo, póngale un papel carbón, páselo, empezó a pintar y lo pintó, el primer cuadro fue el bodegón que todavía lo conservo en el comedor”, comenta Amparo.

A la casa iban las compañeras de trabajo de Amparo y de Ale, y ahí nació el taller artesanal de pintura en óleo, collage, porcelanicrón y arte colonial en collage. La academia tenía alrededor de 50 a 60 alumnos, en ese tiempo cobraban aproximadamente $40.000 o $45.000 por cuadro, incluyendo materiales. “Los sábados teníamos grupos de 20 a 30 personas, la cantidad de cuadros no la puedo decir, pero tenemos cuadros en Irlanda, Japón, Estados Unidos, Panamá, Venezuela y Canadá” añade Amparo.

Es innumerable el éxito que tuvieron, asistieron a su clase en el taller artesanal alumnos de Manizales, algunas personas de Bogotá, Cali, Bucaramanga e Ibagué. Con tantos cuadros decidieron hacer 4 exposiciones en la Alianza Colombo Francesa, en la Normal de Señoritas, en el Liceo Femenino, pero se destacaron exitosamente en La Alianza Colombo Francesa donde su exposición estuvo tres días. Esto les generó una gran satisfacción porque el salón de exposición tuvo un lleno total.

Una de las técnicas que utilizaban eran el collage en madera, que consistía en tomar un lienzo, sobre él, pegar pieza por pieza en balso, y luego pintarlo en óleo, se puede pintar en acrílico o se puede pintar en acuarela, pero ellas nunca manejaron el acrílico ni las acuarelas, siempre fue óleo.

La casa en la que trabajan antes en Manizales era una casa de tres niveles, tenían dos cuartos acondicionados para el taller, ubicados en el piso del área privada. Cada cuarto tenía sus respectivos caballetes y todos los materiales, que compraban los compraban al por mayor.

“En los noventa los materiales eran muy fáciles de conseguir muy rendidores, uno ganaba era en lo que realmente sabía, yo alguna vez, pinté un cuadro de Cartagena, el más difícil, lo sacaba y lo pintaba en más o menos tres días. Una alumna una vez fue y me dijo que necesitaba ese cuadro máximo en tres días enmarcado, creo que le pedí $150.000 con el enmarcado, entonces, me dijo: “ a no pero es que ustedes se la quieren ganar toda”, muy fácil, le dije, siéntese usted y lo hace, yo le estoy cobrando por lo que se, la señora dijo: “ ¿cuánto me demoro haciendo ese cuadro?”, por ahí trabajándolo todos los días no lo saca en 20 días, trabajándole la marquetería y la pintura, no lo saca ni en eso, bien pueda, me paga cada clase y viene, el cuadro iba para el Canadá, teníamos una amiga que vivía en Canadá y ella nos mandaba fotos de allá de su finca con todos sus paisajes para que nosotras le sacáramos el cuadro” cuenta Amparo.

Amparo recuerda que regularmente los sábados iban las empleadas del Banco Popular y terminaban en rumba, cada uno llevaba su mecato, había grecas para el tinto y el café, cada uno llevaba lo suyo, todas compartían, era más que todo un grupo de descanso, fuera de elaborar cosas bonitas. El olor a café, anís y papitas se mezclaba con el fuerte olor del óleo con el que pintaban sus cuadros.

“Eso que nosotras tuvimos en Manizales fue increíble, Ale era una mujer muy querida por todo el mundo, porque la dulzura de Ale era mucha. La inteligencia era increíble, ella te hacía desde el bordado mas chiquito hasta el más grande”.

Este boom duró del año 88 hasta más o menos el 92. Cuando Ale murió, Amparo y Rocío siguieron adelante, como una forma de hacerle un tributo a Ale su maestra y amiga del alma que las había guiado y acompañado en los momentos de calma y frenesí que tuvieron en sus vidas. Rocío y Amparo se quedaron en Manizales hasta el año 95, año en el cual, decidieron venir a vivir en Medellín con la familia de Rocío. El trío maravilloso se había desintegrado, la muerte de Ale dejó un vacío incomparable e inexplicable.

Ale fue profesora de educación física durante 30 años en el colegio Divina Providencia de Manizales, donde murió. Ella decía: “quiero morir de una y en lo que me gusta” y debido a un infarto cayó en los brazos de una alumna, cumplió su último deseo después de haber educado a miles de jóvenes que pasaban por su vida, pero sobre todo a Rocío y Amparo con las cuales vivía.

“Lo que nosotros aprendimos, tanto Ale como yo, lo que hicimos en la carpintería, la virtud de Ale en las artes era empírica, ella me lo enseñó a mí, me lo sembró, y Ale cogió Rocío y la enrrutó. Las manos de Rocío son preciosas para pintar, cuando Ale faltó todas las alumnas que iban allá decían que las manos de Noeli, encarnaron en las manos de Rocío, Rocío llegó a pintar más bonito que Noeli”
Desde que empezaron a vivir en Medellín en el barrio La América, Amparo dejó la carpintería por el polvo, y el desorden, primero que todo la incomodidad porque el lugar de trabajo era muy pequeño, y el ruido de las maquinas era muy estruendoso, su rutina de trabajo cambió, su salud empeoró y las condiciones de liderazgo en su casa también, por lo que tuvo que olvidarse de eso y retomar el punto de cruz.

“Cualquier día empecé a hacer punto de cruz y seguí, metimos a Marta Pérez a los cursos y se metió en ese mundo” dice Amparo.

Cuando Rocío y Amparo volvieron a la realidad, resolvieron reclutar una tercera persona en su equipo, e incluyeron a Marta Pérez, hermana de Rocío.

Marta Pérez cuenta que su actividad artesanal comenzó como terapia a raíz del de un cáncer de mama que le descubrieron en el 95, pasó por cirugías, quimioterapias y luego por tratamientos de rehabilitación. Ella quería debía salir de su angustia a pesar que no sufrí ningún tipo de depresión profunda convirtiéndose en un ejemplo de vida. Sus terapias empezaron con talla en madera, lo cual tuvo que dejar por el esfuerzo que debía hacer con herramientas para retirar la madera del diseño.

“Luego de intentar con la talla en madera, me entré a Actuar Fami empresas a estudiar carpintería básica, y entendí que no era por ahí.Una amiga llamada María Eugenia Gallón me ayudó a disipar mi tiempo de ocio y fuimos a un taller de una amiga de ella, la señora Amparo Gutiérrez, aprendí a pintar en tela, estuve en eso dos años, luego fui a “Arte y Cerámica”, aprendí a pintar sobre latón y pintura sobre marmolina, continuando con esto porque jamás lo he dejado, eso fue en el 97 o 98. Muy cerca de ahí había otra academia llamada “Artenet”, aprendí bordado tradicional, telar, pintura sobre madera vidrio tela, etc., pase ahí 6 años como alumna y profesora” cuenta Marta.

Siguió adquiriendo conocimientos y entró al taller de la señora Marta Medina en Calasanz, aprendió allí bordado en cinta sobre paño, pedrería y pintura sobre vinilo.

Como su “famiemresa” –dice Marta- creció, entró a los programas de la Alcaldía, llamado “Emprendedores” y también con el Sena a estudiar y luego hacer exposiciones de su obra.

“Abrí créditos con el banco caja social y Bancamía, para comprar materia prima para confeccionar mi lencería, telas manteles, tendidos para cama cojines carpetas, pincelaría, sesgo, argollas acrílicas, tijeras, arolas para bordar, agujas de todo un poco, estoy trabajando topiarios, unos arbolitos pequeños en cintas matero pequeño, sobre balso de 9mm,y carpetas en cintas .

Los materiales que utiliza son pinturas y vinilos, los cuales compra en “Pinturas Panafargo”, “Arte y Cerámica”, en Simón Bolívar y en el Centro .

En la actualidad venden Marta y Amparo venden sus cojines en cinta sobre tela por $90.000, además llevan los cuadros en punto de cruz a Cali, el último que vendieron costaba entre $600.000 y $700.000 , conservan en el corredor de su casa unos cuadros en punto de cruz que no venden a nadie ni por un millón de pesos.

“Marta le vendió muy buena cantidad a la viuda de Pacho Herrera, tenemos 4 o 5 cuadros allá, Ricardo mi sobrino le compró cualquier carpeta pequeña para u detalle y ella la vio y dijo que necesitaba la conexión, esa vez vendió casi millón y medio en carpetería. Yo llevé un cuadrito de caballos pequeño y se lo mostré, me dijo: “¡ve! están muy bonitos los caballos”, lo puso por allá en un rinconcito y dije este ya no me lo vendí, me fue mal a mí. “¿Este cuánto vale?, dije $750.000, y me dijo “eso tan barato por ese trabajo que tiene, ¿lo vende?”, y yo le dije se lo vendo, y pan me dio $850.000 mil pesos y me encargó dos o tres cabezas más de caballos que le hice” cuenta Amparo.

Por el momento, van cada Diciembre a Manizales a vender sus productos, sin contar lo que mandan para Estados Unidos, Venezuela y Canadá.

Amparo, Marta y Rocío continúan haciendo su trabajo ero esta vez como un hobbie por que la vida les ha cambiado mucho, sin embargo cada producto nuevo es excepcionalmente perfecto, sin una mancha, sin un doblez, sin nada. Su casa parece un museo de tantos trabajos que tienen expuestos allí, por esto lo consideran una galería que tiene que cuidar cada fin de semana cuando llegan sus pequeños sobrinitos.

Amparo a sus 59 años luce un poco cansada, la vida le ha dado duro, pero ella considera que esta tranquila, es de pelo corto muy corto y negro azabache, y desde que la conocen siempre lleva puestas las mismas aretas de oro en forma de aro y su reloj diminuto marca D´mario. Su caminar lento deja ver sus años y las dolencias en sus piernas por caminar el centro y montar en bus casi todos los días.

Rocío por su parte trabaja en Mi Buñuelo un turno al día, por lo tanto su olor a buñuelo ya es característico. Sus sobrinos la adoran y la consideran una nana que ve por ellos. Cada vez que abre su closet que parece una caja de Pandora, saca sus deliciosas chocolatinas y se ve su montón de desorden que cada sobrino desea secretamente heredar algún día. Sus lentes dejan ver sus ojos chiquitos por el exceso de cansancio, y su pelo amarillo siempre recogido, parece una colita no de caballo sino de poni.

Marta a pesar de ser hermana de Rocío no se parece en nada a ella, es muy glamurosa, siempre esta de tacones altos, muy altos, y sus trajes de sastre favoritos son de color tierra. A ella nunca se le ha visto con las uñas despintadas, siempre las tiene largas y de color vino tinto. Su rostro está muy conservado debido a una diaria rutina de belleza.

Estas tres mujeres son las encargadas de sacar a su familia adelante con esfuerzo y dedicación. Esperan con todo su corazón, que las personas sigan valorando las manualidades que realizan con tanto amor, sus sueños se reducen en tener su propio y gran taller para realizar sus grandes obras, pero sobre todo, que esta tradición siga con algún miembro de la familia.

Música para “El perro”

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Por Andrés Amariles Villegas
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Al suroeste de Antioquia, en uno de los extremos del mapa del departamento, está ubicado el municipio de Jardín. A diferencia de la mayoría de los pueblos, éste no se ha dejado arrastrar por la prometedora ilusión del progreso arquitectónico. El entorno, en sí mismo, es una preservación del pasado.

Las personas se han transformado, las costumbres han evolucionado, el mundo no ha dejado de moverse y, aún así, estar en Jardín es como contemplar la perpetuidad de un espacio sin tiempo, es vislumbrar un escenario estático donde los personajes van cambiando pero el lugar permanece anclado a la preservación y al recuerdo.

El 30 y 31 de octubre se llevó a cabo allí el Encuentro Departamental de Bandas “Maestro Luis Uribe Bueno” del festival “Antioquia Vive la Música”, que realiza la Dirección de Fomento a la Cultura de Antioquia. Desde el medio día, la plaza principal se vio inundada por músicos que se movían de allá para acá conociendo el lugar, bajando instrumentos, tomándose fotos o rencontrándose con viejos amigos.

El parque principal de Jardín está ubicado frente la iglesia de la Inmaculada Concepción, Basílica Menor. Está empedrado con piedras del río Tapartó y fue declarado monumento nacional en 1980. Tiene en su centro una fuente a la cual llegan los cinco senderos del parque, los cuales le proporcionan una forma pentagonal. Allí fue el punto de reunión de las bandas para la primera presentación que tenían que realizar el sábado en la tarde.

Acomodados en las bancas ubicadas en una de las aristas del parque estaban los integrantes de la banda sinfónica Manuel J. Posada, del municipio de Caldas. Entre ellos había personas desde los 14 años de edad, hasta los 48. Llevaban puestos camisetas azules y pantalones negros y cada uno cargaba el instrumento que le correspondía. Se veían ansiosos, pero seguros.

De repente, entre el alboroto y el tumulto, salió un hombre que, a primera vista, se diferenciaba de los demás. Llevaba puesta una camisa de fondo azul con cuadros verdes, pantalón de tela gris subido hasta la altura del ombligo y unos tenis negros, desgastados y viejos, pero limpios. En la mano derecha cargaba una grabadora gris y en la izquierda una pequeña tula negra.

“Ya llegó Reinaldo, qué pereza. Ahora quién se lo irá a aguantar”, gritó en tono de anuncio una de las muchachas de la banda. Reinaldo pasó cerca a ella sin hacerle caso y puso su “equipaje” detrás de una de las bancas. Se quedó mirando, atónito y sonriente, la cantidad de personas que en ese momento recorrían el perímetro de aquel polígono y se quedó, por un largo tiempo, callado, simplemente observando, respirando pausadamente y disfrutando de lo que era para él, al parecer, la mejor de las vistas.

“Yo a Reinaldo lo conozco desde hace unos 16 años más o menos. Cuando era pequeño me llevaban al municipio de El Retiro y a La Ceja a las retretas, que son conciertos que hacen las bandas para mostrarse al pueblo, y siempre veía que él estaba ahí. También lo veía cada vez que la banda de la Universidad de Antioquia tocaba en el parque Bolívar.

Él siempre llevaba una grabadora y unos cassettes para grabar todas las composiciones, en especial las de música colombiana. Desde entonces lo comencé a ver en todos los encuentros de bandas donde iba, en especial donde estuviera la banda de El Retiro ya que la música que más le gusta es el bambuco y ésta era, en sus tiempos, la que mejor los tocaba en Colombia”, decía Harold Daniel Hurtado, quien toca la tuba en la banda Manuel J. Posada, mientras ayudaba a organizar los instrumentos para la presentación que se acercaba.

Reinaldo había desaparecido por un momento. Luego volvió a la esquina donde había dejado sus pertenencias pero esta vez llevaba puesta una camiseta negra que decía “Antioquia, vive la música”. Se acercó a su tula para asegurarse que permanecía ahí. Luego dio un giro casi imperceptible y empezó a corretear por todo el parque. “A ver yo lo ayudo con eso”, “¿qué más tengo que hacer?”, “Pasemos esta cosita por acá, déjeme colaborar” pronunciaba aquel hombre mientras movía la cabeza afanado, de aquí para allá.

“Perro, calmate pues”, le gritó exasperado Luis Felipe Colorado, un joven de 19 años que toca la flauta traversa en la banda de Caldas. “A él le dicen “El perro” porque cuando seguía a los de la Universidad de Antioquia parecía una mascota detrás de ellos. Los perseguía, se les tiraba al lado y era siempre buscándolos. Sin embargo, yo creo que le deberían decir así por lo inquieto e intenso que es. No sé cómo hace o quién la traerá pero siempre, en cualquier concurso, aparece.

Estuvo en el Concurso Nacional en Paipa, en Anapoima y en Samaniego. A duras penas uno se logra conseguir los pasajes y mírelo, éste se aparece en todas partes, así como por arte de magia, y no deja hacer nada, quiere cargar los instrumentos, saludar cada cinco minutos, es realmente estresante”, contaba rápidamente Luis Felipe mientras se alejaba con una pronunciada sonrisa para saludar a una amiga que lo llamaba constantemente.

Mientras tanto, “El perro” se había sentado cerca a la fuente cargando esta vez su tula negra. Sacudía la cabeza lentamente de lado a lado y movía la boca con frecuencia. La tarde estaba comenzando a caer y uno de los faroles del parque alumbraba intensamente su cabeza, carente de pelo, y hacía que su piel se viera más oscura de lo normal. En ese instante se acercó Jhon Fernando Jaramillo, un joven de 19 años, moreno, delgado y alto. Llevaba puesta una camiseta blanca adornada con barras de varios colores y un gorro de lana rojo.

- ¿Qué tanto carga usted ahí en esa tula? le preguntó al taciturno espectador.

- ¿Yo? le respondió éste con una sorpresiva sonrisa. Mire le muestro…

Sacó de ella una gran cantidad de cassettes y comenzó, en un acto de memoria admirable, a recitar la banda, el género y las canciones que contenían cada cassette. Concretando, además, la hora, fecha y locación donde los grabó.

“Yo podría decir que “El perro” es el mayor melómano, en especial de la música colombiana. Cuando yo estudiaba música en la Universidad de Antioquia llegué a pensar que él vivía en la Facultad de Artes porque no había día que no lo viera ahí.

Uno de los rumores era que él tenía un lugar especial allá para vivir, mientras que otros decían que vivía en una pequeña habitación cerca al Parque Berrío y que la banda sinfónica de la universidad era quién cubría los gastos. Pero la vida de él es un misterio, nadie sabe ni cómo es su apellido, ni quién es su familia, ni cómo hace para llegar a estos certámenes.

“Lo que si me duele es que la gente se ría de él y lo llamen loco. Si bien él tiene su rayón, es una persona de admirar, un amante del arte. De hecho, Alfredo Mejía Vallejo compuso una obra titulada El perro, en honor a él y a su pasión por la música”, aclaraba Harold mientras limpiaba la tuba minutos antes de tocar.

“El perro” se veía más ansioso que los mismos integrantes de la banda de Caldas. Preparó la grabadora y verificó en varias ocasiones que si estuviera funcionando. Se acercó a Mayra Jaramillo, una mujer de 25 años, quien toca el clarinete en la banda y le dijo: “No se preocupen que ustedes este año van a ganar”.

“Él tiene un talento único que ha evolucionado con los años. Ama la música de verdad y al parecer su oído se ha desarrollado enormemente con el paso del tiempo. El año pasado, por ejemplo, nos aseguró que perderíamos contra la banda de La Unión en la final departamental de bandas porque, según él, la calidad de lo que ellos hicieron nos había superado sustancialmente. Nadie le creyó y para nuestra sorpresa sus pronósticos se cumplieron”, comentó con alegría Mayra después de escuchar la afirmación de “El perro”.

Finalmente, el momento llegó. La banda Manuel J. Posada subió al escenario y “El perro” se posicionó rápidamente al lado de la tarima. Puso la grabadora en “rec” y se sentó cruzando los pies. La primer obra que interpretaron fue Jericho, una obertura del compositor Bert Appermot. Reinaldo cerró los ojos con fuerza e inhaló por unos segundos.

Empezó a respirar fuertemente y comenzó a mover los dedos con rapidez. Su cuerpo se veía mover lentamente. Cada sonido que percibía parecía producir un efecto en su ser. Estaba temblando y se movía con frecuencia. Luego subió los pies y los rodeó con sus brazos. Movía la cabeza de arriba abajo y no hacía más que sonreír.

Algunas personas se concentraban tanto en él como en la banda pero para “El perro” no había distracciones. Existía una conexión que lo ataba a la tarima. Su mirada no se desvió en ningún segundo. Había una relación invisible pero indestructible entre él y quienes interpretaban la música.

Unos minutos después, antes de que la presentación finalizara, Reinaldo alzó las manos al aire y cerrando lentamente los ojos empezó a mover sus dedos índices. Cual director profesional, guió la última canción, con la mirada hacia su interior, observando sólo con el oído, creando, tal vez, un mundo ideal en su cabeza, sonriendo, en tranquilidad, en paz.

Al terminar, la banda fue aplaudida por varios segundos. Fue de las mejores presentaciones y todos bajaron satisfechos, anhelando un casi asegurado triunfo.

“¿Y dónde está “El perro? me aseguró que nos iría bien y miren que les encantamos”, preguntó Mayra minutos después de bajar, mientras lo buscaba ansiosa moviendo la cabeza en todas direcciones.

Las bandas estaban arreglándose para ir y no había ni rastro de Reinaldo. Su inquietante presencia se esfumó con la misma rapidez con la que apareció.

“No importa”, dijo Mayra mientras se retiraba con sus compañeros: “mañana seguramente lo volveremos a ver”.

La cultura sabe a Tinto

Por Susana Tinoco Atencia

Jueves, cuarto día de la semana, por lo general la gente trabaja este día, pero hace poco tiempo se convirtió en un día más del fin de semana. Eran las 9:00, cuando decidí con mis dos amigos, Laura y Sebastián para ir al parque lleras. No había mucho dinero pero queríamos distraernos. ¿A qué lugar ir?, ese era el dilema. El plan no era rumbear, más bien conversar y relajarse. Cómo encontrar en el parque lleras un lugar sin algarabía, sin luces estrambóticas, o con un volumen de música en decibeles normales, ¿Dónde?

Pronto recordé un papel que me dieron hace dos meses a la salida de la universidad, con la promoción de un lugar. La actitud típica al recibir esas publicidades es doblarlas y meterlas en el maletín, y esa vez no fue la excepción. Ese día, en la noche, al llegar a casa, lo miré y leí lo interesante y novedoso que planteaba aquel lugar, ¨ Café Bar cultural, Tinto Tintero¨, que novedoso nombre pensé y fue en ese momento que dije la opción de ir para allá a mis amigos.
- Hey vamos a este bar, a Tinto Tintero –sugerí a mis amigos

- Pues vamos a ver qué tal –respondió Sebastián.
Nos subimos a un taxi y le dije al taxista que me llevara a la calle 8 número 36-14. Él no sabía del lugar pero nos llevó a la dirección. Nos bajamos y empezamos a caminar pues no encontrábamos la dirección exacta. En la misma calle 8, no estaba el lugar, por lo que nos metimos en un callejoncito. Allí había otro tipo de bares, eran distintos, no había gente bailando, sino conversando tomando vino o un trago, y preciso llegamos a Tinto Tintero. Al llegar, se siente una tranquilidad inexplicable, un ambiente sutil y armonizante. De fondo se escuchaba un jazz delicioso de escuchar, por lo que no dudamos de entrar enseguida.

El lugar es relativamente pequeño, pero lo acompañan ocho mesas que están afuera del establecimiento. Adentro había una pequeña biblioteca, llena de libros de todos los temas, me pareció muy curioso pues que tipo de bar tiene una biblioteca en su interior. Al lado de la curiosa biblioteca había unos sofás muy cómodos perfectos para leer.

Al frente de los sillones estaba la cocina, donde había una mujer preparando los platos de la carta y así mismo sirviendo los tragos que pedían los clientes. También había un espacio vacío, en donde había un teclado y unos cables de sonido. No hay que ser tan inteligente para deducir que allí se tocaba música en vivo, eso lo decía en el papelito, en la programación. Pude observar la decoración, había cuadros psicodélicos, la iluminación era cálida, pues se observaba un naranja amarilloso, al entrar.

Luego de mirar un poco el nuevo lugar, nos sentamos en una mesa. En el centro de esta, había una sencilla vela blanca, la cual contagia de serenidad al sentarse. Miré las caras de Laura y de Sebastián, vi en sus ojos que les agradaba el lugar, me sorprendió de Sebastián, ya que a él le encanta la rumba firme, la música fuerte, con reggaetón, salsa y vallenato. Había solo un mesero, y un señor que se paseaba de mesa en mesa, tenía aspecto de extranjero.

Al llegar el mesero con la carta, pregunte curiosamente si el señor extranjero era el dueño del lugar, y esté afirmo con la cabeza. La verdad tenía mucha curiosidad esa noche, quería saber cómo era que encajaba un lugar así en Medellín y mucho más en el ¨Lleras¨. Como buena estudiante de comunicación social, quería información, así que entre Sebastián y yo, llamamos al dueño, al señor David Campbell, para que nos contara más acerca del lugar.

Muy amablemente, un canadiense de ojos azules y cabello castaño claro, cogió una silla y se sentó en nuestra mesa. Puso su cerveza, casi terminada en la mesa y nos contó la maravillosa historia de Tinto Tintero. David nos contó que había recorrido muchos países de todo el mundo, y que llegó a Medellín para aceptar un trabajo de profesor de ingles en el colegio Marymount. Él siempre había tenido la idea de realizar un café bar cultural, pues como experto en historia y literatura, le pareció innovador traer esta opción a Medellín.

Para él, su novia es el corazón del negocio y una de las razones para que David cumpliera el sueño de construir un espacio de enriquecimiento cultural.

Con su sonrisa picara dijo: “La verdad, yo quería un lugar donde la gente viniera a conversar, a relajarse, para salir de la monotonía del día. Pero no llegar a un ambiente ruidoso, sino al contrario, encontrarse con un ambiente calmado y lo más importante también didáctico y en donde se pueda esparcir conocimiento”.

Como lo decía el papel de promoción, había una oferta tentadora llena de cultura, diversión y aprendizaje. Era un “detodito” de opciones para todas las edades. Los domingos, cine internacional de películas clásicas con crispetas y entrada libre. El martes conversatorios en inglés, de diversos temas como arte, literatura, filosofía, historia, en donde David comentaba que son muy enriquecedores para practicar y aprender ingles y por ende dichos temas. Los jueves de Jazz Jam, una deliciosa música para escuchar y tener amenos encuentros. Los viernes un carrusel de cocteles para divertirse con los amigos, pues cada 10 minutos hay promoción de 2x1, para probar todos los tragos del lugar. Y el sábado, lo que no puede faltar, música en vivo, en donde hay reggae, rock clásico y otros ritmos.

En mi mente pensé, ¿A qué persona no le gustaría venir aquí?, pues lo había todo, no solo se divierte uno conversando sino que también puede venir otros días a conocer de literatura, arte, cine, filosofía o simplemente intercambiar tipos de pensamientos entre la gente visitante.

Además del prototipo de bar que ofrece Tinto Tintero, no solo son cervezas, aguardientes y tequilas, también ofrece en su carta, sándwiches gratinados (de pollo, verduras, beef), y postres (pan de banano, postre de chocolate) para el deleite del cliente. ¨Así que el que no venga en plan de quedar tirado en el piso de lo borracho, puede comer platos exquisitos¨, decía Campbell al conversar con nosotros.

Campbell nos decía que hace una semana estaban celebrando el aniversario del café bar, que nació en noviembre del 2008 con las mejores energías puestas. Mientras el extranjero nos hablaba, no pude evitar mirar a las personas que frecuentaban el lugar, más que clientes frecuentes, eran amigos cercanos, con risas y abrazos fuertes.

A pesar de que los vecinos del barrio donde se sitúa nuestro café bar se quejan por los conciertos en vivo del lugar, esto no ha sido impedimento para que lleguen jóvenes, adultos y ancianos a todas las actividades del Café. ¿Por qué Tinto Tintero?, le pregunté a David, y él me dijo que le encantaba el café colombiano en todas sus denominación, y más el tinto, y tintero porque no sabía el significado de esa palabra por lo que le pareció chistoso juntarlas.

Cuando se hacen los conversatorios y las muestras de cine, el lugar se llena, y la falta de sillas tampoco es impedimento para la actividad del día. Cuenta Campbell que las personas se sientan en el piso a escuchar, otros a compartir experiencias y conocimientos.

Lo maravilloso de esa noche fue enterarme de todo lo que nos contó David, y al mismo tiempo nos hizo caer en cuenta de lo importante que son estos espacios en Medellín y en la misma Colombia. No todo es rumba fuerte hasta las 3:00 de la mañana, también hay que darle espacio a ese enriquecimiento personal cultural, pues la cultura transforma al ser humano, lo hace más integro y más sabio dentro de la vida misma.

Luego de hablarnos amenamente, David se retiró y se sentó en otra mesa con unos amigos de él. Nosotros seguimos disfrutando de la música. Cómo ya habíamos comido, estábamos llenos por lo que no podíamos probar los platos que ofrecía el café bar, por lo que Laura pidió una cerveza Club Colombia y Sebastián pidió una cerveza Pilsen michelada. Yo simplemente percibía con mis sentidos todo lo que acontecía en mí alrededor.

Mientras ellos conversaban sobre ganar las materias de matemáticas y macroeconomía, yo solo me dejaba llevar por el jazz de fondo, las velas acompañantes y toda una cultura acobijándome. David nos decía que con este café bar, quiso sembrar una semilla y compartir su cultura.

Después del ameno rato que pasamos allí, nos despedimos del David, del arte, de la literatura, de la música, pero prometí volver porque espacios como estos debemos aprovecharlos, pues la cultura es la esencia del ser humano.

miércoles, 27 de abril de 2011

Laura Cortés, la voz lírica de los pimientos

Por Sara Chalarca Tuberquia


Es un día tranquilo y se respira aire cálido. El Bosque de los Pimientos en el campus de la Universidad EAFIT crea una atmósfera tranquila para los alumnos de música que estudian bajo estos árboles.

A un costado de este agradable jardín está ubicado el bloque de Música, donde se concentran todas las clases de este pregrado. Entre las ramas y las hojas se pasean las notas de violines y guitarras, mientras las melodiosas voces acarician las flores.

En una banca de mármol está sentada Laura Cortés. Siempre ha tenido esa bonita sonrisa, esa energía que nunca la abandona suspira antes de recibir la avalancha de preguntas.

Mientras ella se maquilla, habla sobre su vida, sus anécdotas y curiosidades. Su cabello castaño oscuro, sus ojos grandes y cafés, transmiten alegría. “Para mí el canto lírico es algo muy humano porque es a partir del lenguaje de la voz hablada como se genera el canto popular y lirico”.

Su rostro se ilumina cuando recuerda sus aventuras de infancia. Con gran seguridad habla de ello. Su mamá fue su primera maestra de canto. A los 8 años se presentó al festival de la canción en el colegio, el cual recuerda gratamente debido a que fue una niña muy tímida. “Esto fue un paso muy importante en mi vida”.

El padre de Laura Cortés, no estaba de acuerdo, al principio en la decisión de estudiar música. “Yo hice los exámenes y todo el papeleo sin que él se diera cuenta, pero al ver que eso era lo que yo quería, recibí su apoyo”.

Esta bella voz tuvo su primer acercamiento con el canto lírico por medio de una profesora de EAFIT. “Cuando yo la escuché cantar me enamoré de la melodía de  su canto”. Esto fue lo que  motivó a Laura para que se le midiera a este género, poco usual.

“Uno como cantante lírico también es actor”
Los músicos, al igual que los gimnastas, corren, brincan y vuelan, pero con los melodiosos sonidos que producen. Al ejercitar la voz, el instrumento se vuelve más fuerte y hay menor posibilidad de que se contagie una gripa, que haya disfonías y reflujos, es cuestión de entrenar, fortalecer y hacer crecer la voz.

Como todo deportista que cuando tiene un campeonato hace una concentración, así mismo estos artistas se preparan fuertemente para sus conciertos y presentaciones, ensayan día tras día y también hacen su concentración un fin de semana completo el cual es dedicado solo a cantar acompañados de los pájaros y la brisa de la naturaleza.

En el canto lírico se enseña una técnica para aprender a manejar la voz, se requiere ciertas habilidades corporales para llegar a las notas que se necesitan. Por ejemplo, las coloraturas: son las notas más rápidas o las sobreagudas.

Algunos ejercicios corporales como la respiración llevan a los inventores de la música a la niñez. Los bebés tienen la respiración adecuada. Cuando se es joven y adulto solemos respirar con el pecho. En este campo se aprenden las diferentes formas de respirar como abdominal baja, intercostal y lumbar.

El canto lírico inició alrededor del año 1.500, antes de concluir la Edad Media. En este período se acostumbraba cantar madrigales como canciones populares. El canto lírico va acompañado en algunas ocasiones por el violín, el piano y una soprano. “También se suele ejecutar con orquestas, como las operas de Wolfgang Amadeus Mozart, expresa Laura con emoción, pues está en el quinto año de la carrera de música y le falta un semestre para terminar.

Le encanta el piano; riéndose de ella misma dice lo mucho que le costó aprender el proceso de este instrumento: “yo era muy torpe, yo no sé qué me pasaba, así que practiqué todos los días 24 horas y los resultados se vieron mucho después.
Con su cuerpo canta, se conoce a sí misma, viaja dentro de ella, resuelve cosas espirituales y sentimentales. Ha superado sus inseguridades y vive contenta al saber que el canto hizo un cambio en ella.

 “Yo era una niña muy tímida, tenía muchos tapujos”. Ahora ella creció, ya le da la cara al mundo, a su profesión, a su trabajo y principalmente a la vida, va caminando sin importar qué seguirá. Tiene muchos sueños, aunque todavía no quiere pensar demasiado en el futuro.

Quiere terminar su recital para el final del semestre, preparar una opereta “mini opera”, que no tenga muchos elementos. Le gustaría viajar a Alemania, Francia, Suiza, donde está la escuela de canto más antigua y más reconocida del mundo.
“A muchas partes quiero ir, lo que pasa es que es muy difícil encontrar apoyo porque hay mucha burocracia y el talento pesa bastante”, manifiesta Laura.

Al preguntarle  si alguna vez ha enamorado a alguien con su voz se ríe con picardía y dice: “¿Novio, novio? No. Pero sí me dicen que les gusta mi voz. Creo que se les remueve los sentimientos”.

Para esta artista es muy emocionante llegarle a la gente por medio del canto, hacerles hinchar el corazón con su dulce voz. Que las personas sientan esa sensación.

“Cuando uno le canta al amor y está enamorado esto hace que se llene de color lo que este cantando, así como pensar en una persona que me guste y cantarle de esa forma funciona”, Explica Laura.

Y concluye: “Cuando uno es cantante lírico también es actor, en cada obra se les asigna un rol”, y ellos deben ponerse en los zapatos de ese personaje, darle vida, voz y color por tres o cuatro horas.